En una fría mañana en San Rafael, Mendoza, vi a una mujer de rojo en la estación de tren. Su presencia misteriosa y mi curiosidad me llevaron a descubrir una historia de dolor, secretos familiares y la lucha por la verdad. Mi vida cambió para siempre tras ese encuentro.
Llegué a la casa de mi abuela Teodora en un pueblo perdido de Misiones, con la esperanza de que el verano nos uniera. Pero la tristeza de mi abuela era tan densa como el calor de la siesta, y ni el aroma del chipá ni las risas de mi hijo Wito lograban arrancarle una sonrisa. Lo que no sabía era que, al remover el pasado enterrado en el patio, mi hijo iba a cambiarlo todo.
Desde el momento en que mi suegra descubrió que Valentina, nuestra hija, fue concebida por donación de esperma, mi mundo se vino abajo. Mi esposo y yo, luchando contra la infertilidad y la falta de recursos en un pequeño departamento de Buenos Aires, solo queríamos formar una familia. Pero el rechazo y los prejuicios familiares nos obligaron a enfrentar verdades dolorosas sobre el amor, la sangre y lo que realmente significa ser familia.
Soy Valeria, médica en un hospital público de Buenos Aires. Una noche, cansada y agobiada, tomé una decisión que cambió mi vida y la de una familia humilde. Ahora, cada vez que veo una sala de espera llena, me pregunto si la justicia y la compasión pueden convivir en nuestro sistema de salud.
