Desde mi adolescencia en Medellín, la presión por lucir joven y perfecta me persiguió como una sombra. A pesar de los halagos y las miradas de admiración, la inseguridad y el miedo a envejecer me llevaron a tomar decisiones que marcaron mi vida y mi relación con mi familia. Hoy, mientras me miro al espejo, me pregunto si todo este sacrificio valió la pena o si, en el fondo, sigo siendo prisionera de una imagen que no me pertenece.
Una tarde cualquiera en el supermercado se convierte en una pesadilla cuando, tras intentar pagar mi compra, me enfrento a la humillación pública y a la indiferencia de quienes me rodean. La llegada de la policía y los paramédicos revela no solo mi fragilidad física, sino también la soledad y el prejuicio que enfrentamos los adultos mayores en la ciudad. Esta experiencia me obliga a cuestionar el valor de la dignidad y la empatía en una sociedad que parece haber olvidado a sus mayores.
Siempre admiré a mi vecina Mariana por su elegancia y carisma, pero después de casarse, algo en ella cambió drásticamente. Lo que descubrí sobre su matrimonio me hizo cuestionar todo lo que creía sobre las apariencias y la felicidad. Esta es la historia de cómo una fachada puede ocultar el dolor más profundo.
