Entre Redes y Secretos: La Esposa de Julián

—¿Puedo pasar? Soy la esposa de Julián—. Mi voz temblaba mientras sostenía la puerta de la residencia universitaria con una mano sudorosa. El guardia, un hombre robusto con acento costeño, me miró de arriba abajo, dudando si dejarme entrar. —¿Y Julián sabe que viene?— preguntó, como si yo fuera una intrusa en mi propia vida.

No supe qué responder. Desde hace una semana, la academia médica de la Universidad Nacional estaba revolucionada por el torneo de voleibol contra la Politécnica. Julián, mi esposo desde hace tres años, era el capitán del equipo. Yo nunca entendí su pasión por el deporte; prefería los libros y el café en casa, pero esa tarde algo me empujó a salir de mi zona de confort.

Mi amiga Camila insistió desde temprano: —¡Vamos, Lucía! No es solo por el partido, es por apoyar a Julián. Además, dicen que después habrá fiesta—. Yo solo quería respuestas. Desde hacía meses, Julián llegaba tarde, olía a perfume ajeno y evitaba mirarme a los ojos. El torneo era la excusa perfecta para descubrir qué estaba pasando.

El guardia finalmente me dejó pasar. Caminé por los pasillos llenos de risas y gritos, paredes adornadas con pancartas hechas a mano: “¡Vamos, Meds!” “¡Fuerza Julián!”. Sentí una punzada en el pecho al ver su nombre escrito en letras rojas.

Entré al gimnasio justo cuando el partido comenzaba. Las gradas vibraban con los cánticos y el olor a sudor y fritanga llenaba el aire. Busqué a Camila entre la multitud y la encontré sentada junto a un grupo de chicas que no conocía. —¡Lucía!— gritó, haciéndome señas—. ¡Aquí!

Me senté a su lado, incómoda. —¿Y Julián?— pregunté, fingiendo desinterés.

—Ahí está, mira— dijo Camila señalando la cancha. Julián saltaba alto, sus músculos tensos bajo la camiseta blanca. Sonreía como hacía tiempo no lo veía sonreír en casa.

El partido avanzó entre gritos y aplausos. Cada vez que Julián anotaba un punto, una chica rubia en la primera fila saltaba y gritaba su nombre con una familiaridad que me heló la sangre. —¿Quién es ella?— pregunté en voz baja.

Camila dudó antes de responder: —Se llama Valeria. Es de segundo año. Dicen que es muy amiga de Julián…

No quise escuchar más. Sentí que el aire se volvía denso, como si cada mirada y cada risa fueran cuchillos dirigidos a mí. Cuando terminó el partido —ganaron los médicos por dos puntos—, todos corrieron a abrazar a Julián. Valeria fue la primera en llegar.

Me levanté y caminé hacia ellos, el corazón golpeando en mi pecho como si quisiera escapar. —Julián— llamé, mi voz apenas un susurro entre el bullicio.

Él se giró sorprendido. —¿Lucía? ¿Qué haces aquí?

—Vine a verte jugar— respondí, intentando sonreír.

Valeria me miró de arriba abajo con una sonrisa torcida. —¿Tú eres la esposa? Qué sorpresa verte por aquí… Julián casi nunca habla de ti— dijo, clavando sus uñas en su brazo.

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Julián balbuceó algo ininteligible y se apartó de Valeria. —No hagas caso, Lucía. Está bromeando— intentó justificar.

Pero ya era tarde. Todo lo que había sospechado durante meses se materializaba frente a mí: las ausencias, las mentiras piadosas, los mensajes borrados del celular.

Salí corriendo del gimnasio sin mirar atrás. Camila me siguió hasta el estacionamiento. —Lucía, espera… No saques conclusiones apresuradas— intentó consolarme.

—¿Conclusiones? Camila, ¿cuánto tiempo llevas sabiendo esto? ¿Por qué nadie me dijo nada?— grité entre lágrimas.

Ella bajó la mirada. —No quería meterte ideas en la cabeza… Pero sí, todos lo saben. Julián y Valeria están juntos desde hace meses.

El mundo se detuvo por un instante. Recordé todas las veces que defendí a Julián frente a mi familia cuando decían que no era para mí; todas las noches esperando que llegara a casa; todos los sueños compartidos que ahora se desmoronaban como castillos de arena.

Esa noche no dormí. Julián llegó tarde y no encendió la luz del cuarto. Me senté en la cama y lo esperé en silencio.

—¿Por qué no me dijiste nada?— pregunté cuando entró.

Él suspiró y se sentó a mi lado sin mirarme. —No quería hacerte daño… No sé cómo pasó con Valeria. Al principio era solo amistad…

—¿Y ahora qué somos tú y yo? ¿Un error? ¿Un trámite pendiente?— le espeté con rabia contenida.

Julián no respondió. El silencio fue más cruel que cualquier palabra.

Los días siguientes fueron un infierno. Mi suegra me llamaba para preguntarme por qué no iba a las reuniones familiares; mis padres sospechaban algo pero yo no podía contarles la verdad sin sentirme humillada.

En la universidad todos murmuraban a mis espaldas. Valeria paseaba del brazo de Julián como si yo nunca hubiera existido. Camila intentaba animarme pero yo solo quería desaparecer.

Una tarde recibí un mensaje de Valeria: “Deberías dejarlo ir, Lucía. Él ya eligió”. Sentí una mezcla de rabia y tristeza tan profunda que pensé en empacar mis cosas e irme lejos, empezar de cero donde nadie supiera mi historia.

Pero algo dentro de mí se rebeló. ¿Por qué debía ser yo quien huyera? ¿Por qué siempre somos las mujeres las que cargamos con la vergüenza ajena?

Decidí enfrentar a Julián una última vez. Lo cité en el café donde nos conocimos hace cinco años, cuando él era solo un estudiante tímido y yo soñaba con cambiar el mundo desde un aula.

Llegó tarde, como siempre. Se sentó frente a mí y bajó la mirada.

—No quiero seguir así— le dije con voz firme—. Si amas a Valeria, vete con ella. Pero no voy a seguir siendo tu sombra ni tu excusa para no enfrentar tus decisiones.

Julián lloró por primera vez desde que lo conocía. Me pidió perdón entre sollozos pero ya era tarde para remendar lo irremediable.

Esa noche empaqué mis cosas y volví a casa de mis padres en Medellín. Mi mamá me abrazó fuerte y me dijo: “Las mujeres fuertes no se quiebran, hija; se reinventan”.

Hoy escribo esta historia para quienes han sentido el peso del abandono y la traición; para quienes han tenido que reconstruirse desde las cenizas mientras el mundo sigue girando como si nada hubiera pasado.

A veces me pregunto: ¿Cuántas Lucías hay allá afuera callando su dolor por miedo al qué dirán? ¿Cuántas veces más vamos a permitir que nos arrebaten la voz?