El Lobo Que Dormía en Mi Cama: La Historia de Un Matrimonio Roto por la Ambición
—¿Por qué no confías en mí, Mariana? —me preguntó Santiago, con esa voz suave que tantas veces me había calmado, pero que ahora sonaba como una amenaza disfrazada de caricia.
Esa noche, mientras la lluvia golpeaba los ventanales de nuestro departamento en el centro de Bogotá, sentí que el mundo se me venía abajo. Había encontrado los papeles: extractos bancarios, mensajes en su celular con su hermano Julián, donde hablaban de mi herencia como si fuera un botín. «Aguanta un poco más, Santi. Cuando Mariana firme la venta de la finca, tendrás lo tuyo», le había escrito Julián.
Me temblaban las manos. Recordé el día en que conocí a Santiago en la universidad. Era carismático, atento, siempre con una sonrisa lista. Mis amigas decían que era un sueño hecho realidad. Mi mamá, sin embargo, nunca confió del todo en él. «Los ojos de ese muchacho no sonríen, hija», me advirtió una vez. Yo la ignoré, cegada por el amor y las ganas de creer que por fin alguien me quería por quien era y no por el apellido Gómez Restrepo.
—¿Qué es esto, Santiago? —le pregunté esa noche, mostrándole los papeles.
Él no se inmutó. Solo suspiró y se sentó en el sofá, como si estuviera cansado de una obra de teatro demasiado larga.
—No es lo que piensas —dijo—. Julián siempre ha sido un metido. No tienes idea de lo difícil que es para mí estar rodeado de tu familia rica, sentirme menos todo el tiempo.
—¿Entonces por eso te casaste conmigo? ¿Por dinero?
—¡No! —gritó—. Al principio no. Pero después… después todo se volvió tan fácil. Tu papá me ofreció trabajo en la empresa, tu mamá me regaló el carro… ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Decir que no?
Me quedé en silencio. Sentí una mezcla de rabia y vergüenza. ¿Cómo no lo vi antes? ¿Cómo pude ser tan ingenua?
Los días siguientes fueron un infierno. Mi familia se enteró rápido; mi hermana Lucía lloraba conmigo cada noche, mientras mi papá quería ir a golpear a Santiago. Mi mamá solo repetía: «Te lo dije».
En el barrio todos murmuraban. «La niña Gómez Restrepo fue engañada», decían las vecinas en la tienda de doña Rosa. Yo no podía salir sin sentir las miradas clavadas en la espalda.
Santiago seguía viviendo en la casa, como si nada hubiera pasado. Decía que necesitábamos tiempo para hablarlo, que todo podía arreglarse. Pero yo ya no podía mirarlo a los ojos sin ver al lobo bajo la piel de cordero.
Una tarde, mientras recogía mis cosas para irme a casa de mis padres, él apareció en la puerta del cuarto.
—Mariana, no me dejes —suplicó—. Podemos empezar de nuevo. Te juro que te amo.
—¿Me amas o amas lo que tengo?
No respondió. Solo bajó la cabeza y salió del cuarto.
Me fui esa noche bajo la lluvia, con una maleta y el corazón hecho trizas. En casa de mis padres volví a ser hija, pero ya no era la misma. Me sentía rota, desconfiada de todos.
Pasaron semanas y Santiago insistía con mensajes y llamadas. Un día apareció en la puerta con flores y lágrimas verdaderas.
—Perdóname, Mariana. No supe cómo parar esto. Me sentí atrapado entre lo que quería ser y lo que tu familia esperaba de mí.
Lo miré largo rato. Vi al hombre del que me enamoré y al desconocido que había destruido mi confianza.
—No puedo perdonarte —le dije—. No ahora. Quizás nunca.
La familia se dividió entre los que decían que debía darle otra oportunidad y los que querían verlo lejos para siempre. En las reuniones familiares ya nadie hablaba del tema abiertamente, pero las miradas lo decían todo.
Empecé terapia para entender cómo reconstruirme después de una traición así. Descubrí que muchas mujeres en mi grupo habían pasado por algo similar: hombres que se acercan por interés, matrimonios basados en mentiras, familias destruidas por el dinero.
Un día recibí una carta de Santiago. Decía que se iba del país, que necesitaba empezar de cero lejos de todo lo que había hecho mal. No sentí alivio ni tristeza; solo un vacío enorme y una pregunta sin respuesta: ¿cómo se sigue adelante cuando quien más amabas te traiciona?
Hoy sigo luchando por confiar en las personas otra vez. Aprendí a escuchar más a mi intuición y menos a las apariencias. Mi familia está más unida que nunca y yo he vuelto a sonreír poco a poco.
A veces me pregunto: ¿cuántas Marianas hay allá afuera creyendo en lobos disfrazados? ¿Qué harías tú si descubrieras que tu pareja solo te quiere por lo que tienes y no por lo que eres?