Entre la Sangre y el Corazón: La Historia de Ema
—Ema, ¿por qué te metes en lo que no te importa? —La voz de mi hijo, Julián, retumba en la sala como un trueno inesperado. Está parado frente a mí, los ojos llenos de rabia y decepción. Detrás de él, la puerta aún se balancea, como si dudara entre cerrarse o dejarse abierta para que el pasado entre de nuevo.
No sé cómo explicarle que no puedo mirar a otro lado. Que cuando vi a Lucía —mi exnuera— llorando en la parada del colectivo, con mi nieto Tomás abrazado a sus piernas, algo dentro de mí se rompió. ¿Cómo podría ignorar ese dolor? ¿Cómo podría fingir que ya no son mi familia solo porque los papeles así lo dicen?
—No es tu problema, mamá. Lucía ya no es parte de nosotros —insiste Julián, su voz quebrada por el orgullo y la herida reciente de su divorcio.
—¿Y Tomás? ¿También va a dejar de ser tu hijo? —le respondo, sintiendo cómo la vergüenza me arde en las mejillas.
Las palabras se quedan flotando en el aire, pesadas como el calor húmedo de esta ciudad del interior de Argentina. Afuera, los autos pasan y la vida sigue, pero aquí adentro el tiempo parece haberse detenido.
Mis amigas me lo dicen todo el tiempo:
—Ema, no te metas. Eso ya no es tu familia. Tu hijo se va a volver a casar y ni se va a acordar de vos. El nene va a crecer y tampoco te va a visitar. Solo estás perdiendo plata y salud.
Pero yo no puedo. No puedo dejar sola a Lucía, ni mucho menos a Tomás. Recuerdo cuando Julián era chico y su papá nos dejó. Yo también lloré en una parada de colectivo, con Julián dormido en mis brazos y sin saber cómo iba a pagar la leche del día siguiente. Nadie me ayudó entonces. Nadie me preguntó si necesitaba algo más que un consejo vacío.
Ahora que puedo ayudar, ¿por qué no hacerlo?
Lucía me llama una noche:
—Ema, perdón que te moleste… pero Tomás tiene fiebre y no tengo plata para el remedio. No quiero pedirte, pero…
No la dejo terminar. Me pongo el abrigo y salgo bajo la lluvia. Camino rápido por las calles mojadas, sintiendo los murmullos de los vecinos detrás de las cortinas:
—Ahí va la suegra metida…
Pero cuando llego y veo a Tomás temblando en la cama, todo lo demás desaparece.
Le llevo el remedio y le preparo un té a Lucía. Nos sentamos en la cocina mientras afuera truena. Ella me mira con los ojos rojos y la voz temblorosa:
—¿Por qué me ayuda, Ema? Julián dice que usted debería odiarme…
Le tomo la mano y le digo:
—No puedo odiar a quien cuida a mi nieto. Y tampoco puedo dejar sola a una mujer que está luchando como yo luché hace años.
A veces pienso que la vida es un círculo: lo que das vuelve, lo que siembras crece aunque tarde años en florecer.
Pero Julián no lo entiende. Me llama traidora. Me grita que estoy arruinando su nueva vida con Camila, su novia joven y sonriente que nunca conoció el hambre ni el abandono.
—¿Por qué no podés ser como las otras madres? —me dice una tarde mientras toma mate en mi cocina—. ¿Por qué tenés que meterte siempre?
—Porque soy tu madre —le respondo—. Y porque sé lo que es estar sola.
Me mira con rabia y tristeza. Sé que le duele. Sé que siente que lo estoy traicionando. Pero también sé que algún día entenderá.
Los domingos son los peores. Antes venían todos a casa: Julián, Lucía, Tomás… Ahora solo viene Tomás, a veces con Lucía si puede escaparse del trabajo. Julián casi nunca aparece; dice que está ocupado o que Camila no quiere venir porque se siente incómoda.
Mi casa se siente vacía, pero cuando escucho la risa de Tomás jugando con los perros en el patio, siento que todo vale la pena.
Una tarde, mientras le ayudo con la tarea, Tomás me pregunta:
—¿Por qué papá está enojado con vos?
No sé qué decirle. Le acaricio el pelo y le digo:
—A veces los grandes se pelean porque tienen miedo o porque están tristes. Pero yo siempre voy a estar para vos.
Él sonríe y vuelve a sus dibujos.
Las amigas insisten:
—Ema, te estás matando por gente que ya no es tu sangre. Mirá si después ni te agradecen…
Pero yo no espero agradecimientos. Solo quiero dormir tranquila sabiendo que hice lo correcto.
A veces me despierto en medio de la noche pensando si fallé como madre. Si criar a Julián sola lo hizo tan duro, tan incapaz de ver el dolor ajeno. Me culpo por no haberle dado un padre presente, por haber trabajado tanto y abrazado tan poco.
Pero después recuerdo todas las veces que lo vi reírse con Tomás en brazos, o cómo cuidaba a Lucía cuando recién se casaron y no tenían nada más que sueños y ganas de salir adelante.
La vida cambia, las personas cambian… pero el amor verdadero nunca desaparece del todo.
Un día Julián viene a buscar unas cosas y encuentra a Lucía en casa tomando mate conmigo.
—¿Otra vez acá? —dice seco—. ¿No te das cuenta de lo que hacés?
Lucía baja la cabeza y yo me levanto despacio:
—Julián, esta es mi casa y yo decido quién entra. Si te molesta, podés irte.
Se queda callado un momento y luego sale dando un portazo.
Lucía llora en silencio. Yo también quiero llorar, pero me aguanto. No puedo mostrar debilidad ahora.
Esa noche me siento frente al espejo y veo mis arrugas, mis canas… Me pregunto si algún día Julián entenderá que todo lo hice por amor.
¿Es traición ayudar a quien alguna vez fue parte de tu familia? ¿O es traición abandonar a quienes más te necesitan?
A veces siento vergüenza por haber criado un hijo incapaz de ver más allá de su propio dolor. Pero también siento orgullo por no haberme vuelto indiferente ante el sufrimiento ajeno.
La vida es dura para las mujeres solas en este país: los trabajos mal pagados, los alquileres imposibles, los prejuicios de una sociedad que todavía cree que una mujer sin marido es menos mujer…
Pero yo aprendí a sobrevivir. Y quiero enseñarle eso a Lucía y a Tomás: que nunca están solos mientras haya alguien dispuesto a tenderles una mano.
Quizás algún día Julián entienda. Quizás algún día me perdone o al menos comprenda mis razones.
Mientras tanto, sigo adelante. Sigo ayudando aunque me duela el alma y aunque todos digan que estoy equivocada.
Porque al final del día solo tengo una pregunta para ustedes:
¿Hasta dónde llega el amor de una madre? ¿Es posible dejar de ser familia solo porque alguien firma un papel?