El precio de la fortuna: La historia de Lucía y Tomás en el corazón de México

—¡Lucía, ven rápido!— gritó Tomás desde la sala, su voz temblando como nunca antes. Corrí, con el corazón en la garganta, pensando que algo malo había pasado. Pero lo que vi fue a mi esposo, arrodillado frente al televisor, con el boleto de la lotería en una mano y lágrimas en los ojos.

—¿Qué pasó?— pregunté, asustada.

—Ganamos, Lucía. Ganamos los 3,000 millones de pesos— susurró, y sentí que el mundo se detenía.

No recuerdo haberme sentado. Solo sé que, de pronto, estábamos abrazados, riendo y llorando al mismo tiempo. Nuestra casa en Iztapalapa, con sus paredes descascaradas y el olor a café viejo, se llenó de una energía extraña: esperanza y miedo mezclados.

Esa noche no dormimos. Hablamos de todo lo que podríamos hacer: comprar una casa en Coyoacán, pagarle la universidad a nuestros hijos, ayudar a mi mamá con sus medicinas. Pero cuando el sol empezó a asomarse, Tomás me miró serio.

—Lucía, ¿y si hacemos algo más grande?—

—¿Más grande que asegurarle la vida a nuestros hijos?—

—¿Y si ayudamos a otros? ¿A cuántas familias como la nuestra podríamos cambiarles la vida?

Me quedé callada. Pensé en mis hijos: Mariana, con su sueño de ser doctora; Emiliano, que quería estudiar música pero trabajaba en una taquería para ayudar en casa. ¿No merecían ellos todo?

La noticia del premio corrió como pólvora. Pronto llegaron los primos, los vecinos, hasta el padre Julián vino a felicitarnos. Todos tenían ideas sobre qué hacer con el dinero. Mi hermana Rosa fue la primera en decirlo:

—No seas tonta, Lucía. Si no les das todo a tus hijos ahora, ¿cuándo? El dinero es para la familia.

Pero yo veía a Tomás y sentía que algo dentro de mí también quería más. No más cosas, sino más sentido.

Pasaron los días y las discusiones se volvieron rutina. Mariana me reclamó una noche:

—¿Por qué no podemos tener lo que siempre soñamos? ¿Por qué piensas más en extraños que en nosotros?

Me dolió. Pero también recordé las veces que Mariana lloró porque no había medicinas en el hospital donde hacía su servicio social. Recordé a Emiliano regalando su único abrigo a un niño en la calle.

Tomás y yo tomamos una decisión: donaríamos la mayor parte del premio a causas sociales. Becas para jóvenes de escasos recursos, clínicas comunitarias, comedores populares. A nuestros hijos les daríamos lo suficiente para que estudiaran y tuvieran un buen inicio, pero no millones.

La reacción fue brutal. Rosa dejó de hablarnos por meses. Mariana se encerró en su cuarto y Emiliano apenas nos dirigía la palabra.

Una tarde lluviosa, Mariana me enfrentó:

—¿Sabes lo que dicen mis amigos? Que somos los únicos tontos que ganan la lotería y siguen viviendo igual. Que ni siquiera nos compraste un coche nuevo.

La abracé fuerte. Lloramos juntas.

—Hija, no quiero que el dinero te robe lo más valioso: tu capacidad de luchar por tus sueños. Si te doy todo ahora, ¿qué aprenderás?

Poco a poco, las heridas empezaron a sanar. Emiliano usó parte del dinero para montar una pequeña escuela de música en el barrio. Mariana terminó medicina y ahora atiende gratis a quienes no pueden pagar consulta.

Pero no todo fue fácil. Un día recibí una llamada anónima:

—¿Por qué ayudas a otros y no a los tuyos? Vas a terminar sola.

Colgué temblando. A veces dudaba si habíamos hecho lo correcto.

Un año después, inauguramos un comedor comunitario en Tepito. Vi a niños comer caliente por primera vez en días. Una señora me abrazó llorando:

—Dios la bendiga, señora Lucía. Nadie hace esto sin pedir nada a cambio.

Esa noche, Tomás me tomó la mano:

—¿Te arrepientes?

Miré a mis hijos sirviendo comida junto a nosotros. Sentí orgullo y paz.

Hoy, nuestra casa sigue siendo humilde. No tenemos lujos ni autos nuevos. Pero cada vez que veo a Mariana curar a un niño o escucho a Emiliano enseñando guitarra bajo el árbol del parque, sé que elegimos bien.

A veces me pregunto: ¿Qué harían ustedes si tuvieran todo el dinero del mundo? ¿Pensarían primero en su familia o en los demás? ¿El dinero realmente compra la felicidad o solo revela quiénes somos en realidad?