El día que mi hijo cambió nuestro destino: Entre la bondad y el peligro
—¡Emiliano, no abras la puerta! —grité desde la cocina, con el corazón golpeando mi pecho como si quisiera escapar de mi cuerpo. El rugido de los motores afuera era imposible de ignorar. Las camionetas negras, brillantes y amenazantes, bloqueaban toda la calle. Nunca había visto algo así en nuestro barrio de la periferia de Guadalajara.
Emiliano, mi hijo de dieciséis años, me miró con esos ojos grandes y oscuros que heredó de su padre, ese hombre que nos abandonó sin una palabra cuando Emiliano apenas tenía tres años. Desde entonces, éramos solo nosotros dos, sobreviviendo como podíamos entre trabajos mal pagados y cuentas que parecían multiplicarse cada mes.
—Mamá, ¿qué está pasando? —preguntó Emiliano, su voz temblando apenas, pero con esa valentía que siempre me desconcertaba.
No supe qué responderle. ¿Cómo explicarle que el mundo puede volverse peligroso en un instante? ¿Que la bondad a veces tiene un precio?
Todo comenzó hace dos días. Era sábado por la tarde y yo estaba en casa, remendando una camisa vieja para que Emiliano pudiera usarla en la escuela. Él había ido al supermercado a comprar pan y leche con los últimos pesos que nos quedaban. Cuando regresó, traía una expresión extraña, mezcla de orgullo y preocupación.
—Mamá, hoy ayudé a un señor ciego en la tienda —me contó mientras dejaba las bolsas sobre la mesa.
—¿Cómo fue eso? —le pregunté, tratando de sonar tranquila.
—Estaba buscando su cartera y no la encontraba. La gente lo miraba raro, nadie se acercaba. Yo le ofrecí ayuda y le pagué sus cosas. Solo eran unas tortillas y un poco de queso. Me dio las gracias y me dijo que nunca olvidaría lo que hice.
Lo abracé fuerte. Sentí orgullo, sí, pero también una punzada de miedo. En este país, la bondad a veces se paga caro. Pero no le dije nada. No quería apagar esa luz en sus ojos.
Esa noche, mientras cenábamos pan con café, Emiliano me preguntó:
—¿Tú crees que papá alguna vez ayudó a alguien?
Me quedé callada. No quería mentirle, pero tampoco podía decirle la verdad: que su padre solo pensaba en sí mismo.
—No lo sé, hijo. Pero tú eres diferente —le respondí al fin.
Al día siguiente, todo parecía normal hasta que recibí una llamada extraña. Una voz masculina, grave y cortante:
—¿Usted es la madre de Emiliano Torres?
—Sí… ¿quién habla?
—Solo quiero agradecerle lo que hizo su hijo por mi padre ayer. Es importante para nosotros. Muy importante.
La llamada se cortó antes de que pudiera preguntar nada más. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
Y ahora, dos días después, esas camionetas negras estaban frente a nuestra casa. Hombres vestidos de traje negro bajaron de los vehículos. Uno de ellos se acercó a la puerta y tocó suavemente.
—Señora Torres —dijo con voz firme—. No venimos a hacerles daño. Solo queremos hablar.
Mi mente volaba: ¿serían narcos? ¿Políticos? ¿Policías encubiertos? En México uno nunca sabe quién es quién.
Emiliano me miró buscando permiso. Asentí con la cabeza, aunque todo mi cuerpo gritaba que corriéramos.
Abrimos la puerta y el hombre nos sonrió apenas.
—Mi nombre es Mauricio Herrera. Mi padre es Don Ernesto Herrera —dijo señalando una de las camionetas, donde un anciano ciego esperaba sentado—. Su hijo le devolvió algo que hace mucho no recibía: humanidad.
Don Ernesto bajó lentamente del vehículo, apoyado en un bastón blanco. Se acercó a Emiliano y le tomó las manos.
—Gracias, muchacho —dijo con voz temblorosa—. En este mundo tan frío, tu gesto fue como un rayo de sol.
Mauricio sacó un sobre grueso del saco y me lo tendió.
—Esto es solo una muestra de nuestro agradecimiento —dijo—. No es caridad. Es justicia.
Abrí el sobre y vi fajos de billetes. Más dinero del que había visto en toda mi vida.
—No podemos aceptar esto —balbuceé—. Solo hicimos lo correcto.
Mauricio sonrió tristemente.
—A veces lo correcto es lo más difícil de encontrar —respondió—. Mi padre fue poderoso alguna vez, pero perdió la fe en las personas… hasta ayer.
Don Ernesto volvió a hablar:
—Yo también fui pobre alguna vez, señora. Sé lo que es tener hambre y miedo. Por eso quiero ayudarles.
Sentí las lágrimas correr por mis mejillas. Pensé en todas las noches sin dormir, en los trabajos humillantes, en los insultos por no poder pagar la renta a tiempo… ¿Era posible que todo cambiara por un solo acto de bondad?
Emiliano apretó mi mano con fuerza.
—Mamá… ¿podemos aceptarlo? —susurró—. Tal vez ahora podamos estar tranquilos.
Miré a Don Ernesto y a su hijo Mauricio. Vi sinceridad en sus ojos cansados.
Aceptamos el dinero esa tarde, pero el miedo no desapareció del todo. Los vecinos murmuraban al vernos salir con los Herrera; algunos decían que nos habíamos vendido al narco o a los políticos corruptos. Otros nos miraban con envidia o desprecio.
Una noche, mientras cenábamos juntos por primera vez sin preocuparnos por el pan del día siguiente, Emiliano me preguntó:
—¿Por qué la gente desconfía tanto cuando alguien ayuda?
No supe qué decirle. Solo lo abracé fuerte y le prometí que haría todo lo posible para protegerlo.
Con el dinero pagué las deudas y pude inscribir a Emiliano en una buena preparatoria. Pero cada vez que veía una camioneta negra pasar por la calle, mi corazón se detenía por un segundo.
Un día recibí otra llamada de Mauricio:
—Señora Torres, mi padre quiere invitarles a cenar para celebrar el cumpleaños de Emiliano.
Aceptamos con nerviosismo. La casa de los Herrera era enorme, llena de lujos que solo había visto en telenovelas. Pero Don Ernesto nos recibió como si fuéramos familia.
Durante la cena, Don Ernesto tomó la palabra:
—Emiliano me devolvió la esperanza en las nuevas generaciones —dijo levantando su copa—. Ojalá más jóvenes fueran como él: valientes y compasivos.
Esa noche entendí algo: a veces la vida te pone pruebas para recordarte quién eres realmente. Y aunque el miedo nunca desaparece del todo, hay momentos en los que vale la pena arriesgarse por hacer lo correcto.
Ahora miro a mi hijo dormir tranquilo por primera vez en años y me pregunto: ¿Hasta dónde puede llegar un simple acto de bondad? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por ayudar a otro?