La mentira de mi madre: Entre deudas y traiciones

—¡¿Cómo pudiste hacerme esto, mamá?!— grité, con la voz quebrada y las manos temblorosas, mientras sostenía el recibo del banco. El sol de la tarde se colaba por la ventana de la sala, iluminando el rostro de mi madre, que evitaba mirarme a los ojos.

Me llamo Dario, tengo 29 años y vivo en un barrio popular de Córdoba, Argentina. Crecí creyendo que la familia era lo más sagrado, que uno podía confiar ciegamente en su madre. Pero esa tarde, todo se rompió.

Todo comenzó hace tres meses, cuando mi mamá, Marta, me llamó llorando. “Dario, hijo, me encontraron algo en el corazón. El médico dice que necesito una operación urgente. No tengo obra social… No sé qué hacer”, sollozaba al teléfono. Sentí que el mundo se me venía abajo. Mi viejo nos había dejado cuando yo era chico y siempre juré que nunca dejaría sola a mi vieja. Sin pensarlo dos veces, fui al banco y pedí un préstamo enorme: 1.500.000 pesos. Era más de lo que ganaba en un año como empleado en el supermercado del barrio.

Durante semanas, mi mamá fingió estar enferma. La veía débil, pálida, con ojeras. Yo le llevaba remedios, le cocinaba y hasta falté al trabajo para acompañarla a “consultas” médicas. Pero nunca me dejaba entrar al consultorio. “El doctor es muy estricto con las visitas”, decía.

Un día, volví temprano del trabajo porque me sentía mal. Al llegar a casa, noté que faltaba su valija grande y su perfume favorito. La llamé mil veces pero no contestó. Me preocupé tanto que fui a buscarla a casa de mi tía Norma. Allí estaba mi primo Lucas, jugando a la Play.

—¿No sabías?—me dijo Lucas—Tu vieja se fue a Punta Cana con las chicas del club de jubilados. Subieron fotos en Facebook.

Sentí que me arrancaban el alma del pecho. Corrí a la computadora y vi las fotos: mi mamá en bikini, brindando con daiquiris junto a sus amigas en una playa paradisíaca. El mismo día que supuestamente tenía la operación.

Esa noche no dormí. Me sentía un idiota, un hijo engañado. ¿Cómo pudo mentirme así? ¿Por qué jugó con mi amor y mi sacrificio? Al día siguiente, cuando volvió, la enfrenté.

—¡¿Por qué me mentiste?! ¡Ese dinero era para salvarte la vida!—le grité.

Ella bajó la mirada y murmuró: —No podía más, Dario… Necesitaba escapar… Siempre viví para los demás…

—¿Y yo? ¿Pensaste en mí? Ahora estoy endeudado hasta el cuello por tu capricho—le dije entre lágrimas.

Mi mamá intentó abrazarme pero me aparté. No podía soportar su contacto. Durante semanas no nos hablamos. Yo iba al trabajo como un zombi, apenas comía y cada vez que veía a una madre con su hijo en la calle sentía una punzada en el pecho.

Los vecinos empezaron a murmurar. “Pobre Dario, mirá lo que le hizo la Marta”, decían en la verdulería. Mi tía Norma vino a casa a intentar mediar.

—Mirá, hijo… Tu mamá siempre fue así, impulsiva… Pero te quiere—me dijo.

—¿Eso es querer?—le respondí—¿Dejarme solo con una deuda imposible?

El banco empezó a llamar todos los días. Las cuotas eran impagables y tuve que vender mi moto para cubrir los primeros meses. Mis amigos me decían que la denunciara o que le exigiera que vendiera su casa para pagarme.

Pero yo no podía hacerle eso. Era mi mamá, aunque me hubiera destrozado.

Una noche, mientras cenábamos en silencio, ella rompió a llorar.

—Perdoname, hijo… No sé qué me pasó… Me sentí tan sola desde que tu papá se fue… Pensé que si hacía algo por mí misma iba a sentirme viva otra vez… Pero te lastimé…

Vi a mi madre como nunca antes: frágil, rota por dentro. Recordé todas las veces que ella se privó de cosas por mí cuando era chico: los zapatos remendados, las noches sin cenar para que yo comiera.

No sé si alguna vez podré perdonarla del todo. La confianza no se recupera fácil. Pero tampoco quiero vivir odiando a la persona que más quise en este mundo.

Hoy sigo pagando esa deuda. Trabajo horas extras y hago changas los fines de semana para salir adelante. Mi relación con mi mamá es distante pero poco a poco intentamos reconstruir algo parecido a lo que teníamos.

A veces me pregunto: ¿cuántos hijos han sido traicionados por quienes más aman? ¿Vale la pena perdonar cuando el dolor es tan grande? ¿O es mejor aprender a vivir con la herida abierta?

¿Ustedes qué harían si estuvieran en mi lugar?