Cuando el campo pesa: Una visita inesperada y el valor de elegir

—Camila, prepárate, tus tíos vienen este fin de semana. Y no quiero caras largas, ¿me oíste?— La voz de mi mamá retumbó en la cocina, mezclándose con el olor a frijoles recién cocidos y el silbido de la olla de presión. Sentí un nudo en el estómago. Otra vez la casa llena, otra vez las mismas preguntas: «¿Y el novio?», «¿Cuándo te vas a quedar aquí a ayudar?», «¿Por qué no eres como tu prima Mariana?».

Me asomé por la ventana. El campo se extendía hasta donde alcanzaba la vista, verde y apacible para cualquiera menos para mí. Desde niña, siempre sentí que el silencio del pueblo me aplastaba, que la rutina era una cadena invisible. Pero esta vez, algo dentro de mí se rebeló. No quería pasar otro fin de semana fingiendo que todo estaba bien, sonriendo mientras por dentro me ahogaba.

Esa noche, mientras ayudaba a mi mamá a pelar papas, me atreví a decirlo:

—Mamá, ¿alguna vez pensaste en irte? ¿En vivir en otro lado?

Ella se detuvo, cuchillo en mano, y me miró como si le hubiera hablado en otro idioma.

—¿Irme? ¿Y dejar todo esto? Aquí está nuestra vida, Camila. Aquí está la familia.

No respondí. Sabía que para ella el campo era refugio, pero para mí era jaula.

El viernes llegó con el bullicio de los preparativos. Mi abuela llegó temprano con su rebozo y su andar lento. Mi hermana menor, Sofía, corría de un lado a otro emocionada por ver a los primos. Yo me refugié en mi cuarto, pero no tardaron en tocar la puerta.

—Camila, ayúdame con las sillas— ordenó mi mamá.

Mientras acomodaba el patio, escuché a mi papá hablar con mi tío Ernesto sobre la sequía y los precios del maíz. Las mismas conversaciones de siempre. Me pregunté si alguna vez hablarían de sueños o de miedos.

La llegada de los parientes fue como una tormenta: risas, abrazos forzados y miradas escrutadoras. Mi tía Lucía me abrazó fuerte:

—¡Ay, Camila! ¡Qué grande estás! ¿Y el novio?

Sentí cómo se me subía el color al rostro.

—No tengo— respondí seca.

Ella soltó una risita incómoda y me palmeó el hombro.

Durante la comida, todos hablaban al mismo tiempo. Mariana, mi prima perfecta, contaba cómo le iba en la universidad en Guadalajara. Todos la escuchaban embelesados. Yo jugueteaba con mi tenedor, deseando ser invisible.

De pronto, mi abuela me miró fijamente:

—¿Y tú, Camila? ¿Qué piensas hacer con tu vida?

Sentí todas las miradas sobre mí. Por primera vez, decidí no esconderme.

—No lo sé todavía. Pero quiero conocer otros lugares. No quiero quedarme aquí toda la vida.

Un silencio incómodo se apoderó de la mesa. Mi papá carraspeó. Mi mamá bajó la mirada. Mariana me sonrió con complicidad.

Después de comer, salí al patio a tomar aire. Mariana me siguió.

—Te entiendo más de lo que crees— me dijo en voz baja.— Yo también siento que aquí no encajo del todo.

Nos sentamos bajo el árbol de guayaba y hablamos por horas. Me contó sus miedos en la ciudad, lo difícil que era sentirse suficiente para todos. Yo le confesé mi angustia cada vez que pensaba en quedarme atrapada aquí.

Esa noche, mientras todos reían en la sala viendo una novela, me acerqué a mi mamá en la cocina.

—Mamá… No quiero que te enojes conmigo. Pero necesito decirte que no soy feliz aquí. Que quiero intentar algo diferente.

Ella dejó de lavar los platos y se quedó quieta un momento.

—¿Tienes miedo?— preguntó sin mirarme.

—Mucho— admití.— Pero más miedo me da quedarme y arrepentirme toda la vida.

Me abrazó fuerte. Sentí sus lágrimas en mi cabello.

—Yo también tuve miedo una vez— susurró.— Pero nunca me atreví a irme.

El domingo por la tarde, cuando los parientes se fueron y la casa volvió al silencio habitual, sentí algo diferente: alivio y tristeza al mismo tiempo. Sabía que nada iba a cambiar de inmediato, pero por primera vez sentía que había dado un paso hacia lo que realmente quería.

Esa noche escribí en mi diario:

«¿Cuántas veces nos callamos por miedo a decepcionar a quienes amamos? ¿Cuántas veces dejamos de ser nosotros mismos para cumplir expectativas ajenas? Tal vez sea hora de empezar a vivir para mí misma.»