Cuando el Pasado No Quiere Soltar: Mi Historia de Amor y Resistencia
—¿Por qué le diste pizza a Camila si sabes que tiene alergia al queso? —me gritó Lucía desde la puerta, con la niña llorando en brazos.
Me quedé paralizada, la bandeja aún caliente entre mis manos. Emiliano, mi novio, salió corriendo de la cocina y trató de calmarla.
—Lucía, fue un error, yo le dije a Mariana que Camila podía comer—. Su voz temblaba. Yo solo quería desaparecer.
Así empezó todo. Yo, Mariana, una joven de 29 años de Medellín, jamás pensé que enamorarme de Emiliano sería tan complicado. Nos conocimos porque mi hermano Julián le rentaba un apartaestudio. Yo era la encargada de cobrarle el arriendo cada mes. Al principio, solo cruzábamos palabras cortas: “¿Cómo va todo?”, “¿Ya pagaste los servicios?”. Pero una tarde lluviosa, mientras él me ofrecía café y hablábamos de libros y películas, sentí que algo en mi pecho se encendía.
Empezamos a salir en secreto. Emiliano tenía una hija pequeña, Camila, y una exesposa que parecía vivir para complicarle la vida. Al principio pensé que exageraba cuando me contaba sus historias: Lucía llamando a las dos de la mañana porque la niña tenía fiebre, Lucía apareciendo sin avisar en su trabajo para reclamarle dinero extra, Lucía criticando cada decisión que él tomaba como papá.
Pero cuando nuestra relación se hizo pública, lo viví en carne propia. Lucía me miraba con desprecio cada vez que iba a dejar a Camila los fines de semana. Me hacía sentir invisible o peor: culpable. Y lo peor era ver a Camila confundida, tironeada entre dos mundos.
Una tarde, mientras Emiliano y yo preparábamos una torta para el cumpleaños de Camila, ella me preguntó:
—¿Tú eres mi nueva mamá?
Me quedé helada. ¿Qué podía responderle? Emiliano intervino rápido:
—No, mi amor. Mariana es mi novia y te quiere mucho.
Pero Lucía no tardó en enterarse y esa misma noche me llamó al celular:
—No te metas con mi hija. No eres nadie para ella.
Colgué temblando. Emiliano me abrazó fuerte y me susurró al oído:
—No dejes que te afecte. Ella siempre ha sido así.
Pero sí me afectaba. Empecé a dudar si valía la pena seguir luchando contra una sombra tan grande. Mis papás tampoco ayudaban mucho:
—¿Por qué no buscas un hombre sin tanto lío? —me decía mi mamá mientras pelaba papas en la cocina—. Ese hombre ya tiene su vida hecha.
Pero yo amaba a Emiliano. Y también empezaba a querer a Camila, aunque ella a veces me rechazara o llorara pidiendo a su mamá.
El punto más bajo llegó una noche cuando Emiliano recibió una notificación judicial: Lucía lo demandaba por aumento de cuota alimentaria y por supuesta negligencia con Camila. Esa noche lloramos juntos en el sofá. Sentí rabia, impotencia y miedo.
—Si quieres irte, lo entiendo —me dijo Emiliano con los ojos rojos—. No quiero arrastrarte a este infierno.
Pero no me fui. Al contrario, fue ahí donde encontré fuerzas que no sabía que tenía. Busqué ayuda psicológica para entender cómo manejar la relación con Camila y cómo poner límites sanos con Lucía. Hablé con otras mujeres en situaciones similares en un grupo de Facebook y encontré consuelo en sus historias.
Poco a poco, las cosas empezaron a cambiar. Aprendí a no tomarme los ataques de Lucía como algo personal. Cuando venía a buscar a Camila y lanzaba indirectas hirientes, yo respiraba hondo y respondía con amabilidad o simplemente guardaba silencio.
Con Camila fui paciente. Le enseñé a hacer pulseras de mostacillas y juntas armamos un pequeño huerto en el balcón del apartamento. Un día me abrazó sin razón y sentí que todo valía la pena.
La demanda se resolvió después de meses de estrés y abogados caros. Emiliano pudo demostrar que siempre había cumplido como papá. Lucía bajó un poco la guardia cuando vio que yo no era una amenaza para su relación con Camila.
Un domingo cualquiera, mientras desayunábamos arepas y chocolate caliente, Emiliano tomó mi mano y me miró con ternura:
—Gracias por no rendirte conmigo.
Yo sonreí entre lágrimas.
Hoy seguimos juntos, más fuertes que nunca. No fue fácil ni perfecto, pero aprendimos a poner límites y a proteger nuestro amor sin dejar de lado lo más importante: el bienestar de Camila.
A veces me pregunto: ¿cuántas parejas se rinden antes de tiempo por miedo al pasado? ¿Vale la pena luchar por el amor cuando todo parece estar en contra? Yo creo que sí… ¿Y ustedes qué piensan?