El Regalo Perdido: La Sombra de una Nueva Esposa en Mi Familia

—Abuela, ¿de qué dinero hablas? —me preguntó Jorge, mi nieto, con esos ojos grandes que heredó de su madre, llenos de inocencia y confusión.

La fiesta de cumpleaños aún vibraba en las paredes del pequeño departamento en la colonia Narvarte. Globos azules y serpentinas colgaban, pero el aire se había vuelto denso. Yo había esperado este día con ansias, no solo por ver a Jorge cumplir quince años, sino porque era la primera vez que toda la familia se reunía desde que Aarón, mi hijo, se casó con Verónica.

Verónica… ese nombre ya me sabía amargo. No era mala persona, pero desde que llegó a nuestras vidas, Aarón cambió. Se volvió más distante, más frío con Jorge, su hijo mayor de su primer matrimonio con Lucía. Yo intenté no juzgarla, pero las cosas no cuadraban.

—Te di quinientos dólares a través de tu papá para que te compraras el celular que tanto querías —le dije a Jorge en voz baja, cuidando que nadie más escuchara.

Él negó con la cabeza. —Solo había cien dólares en el sobre, abuela. Y estaba firmado por Verónica.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. ¿Dónde estaban los otros cuatrocientos? ¿Por qué Verónica firmó el sobre? ¿Por qué Aarón no me dijo nada?

Esa noche no pude dormir. Me revolvía en la cama pensando en lo que había pasado. Recordé cómo Aarón me pidió el dinero días antes: —Mamá, si quieres darle algo a Jorge, dámelo a mí y yo se lo entrego. Verónica quiere que todo pase por ella para que no haya confusiones.

En ese momento me pareció lógico, pero ahora todo tenía otro color. ¿Y si Verónica estaba controlando todo? ¿Y si Aarón ya no tenía voz en su propia casa?

Al día siguiente llamé a Lucía, la mamá de Jorge. —¿Tú sabías algo del dinero? —le pregunté.

—No, señora Rosa. Pero no me sorprende. Desde que Aarón se casó con esa mujer, Jorge es casi invisible para él. Apenas le llama, y cuando lo hace es porque Verónica se lo recuerda.

La voz de Lucía temblaba entre rabia y tristeza. Yo también sentí un nudo en la garganta. Recordé cuando Aarón era niño y me prometía que siempre cuidaría de su familia. ¿Dónde quedó ese hijo mío?

Esa tarde fui a buscarlo a su trabajo. Lo encontré saliendo del taller mecánico donde ahora era encargado. Llevaba el uniforme manchado de grasa y el rostro cansado.

—Aarón, necesito hablar contigo —le dije sin rodeos.

Él bajó la mirada y suspiró. —¿Por qué viniste hasta aquí, mamá?

—¿Dónde está el dinero que te di para Jorge?

Se quedó callado unos segundos eternos. —Verónica dijo que cien era suficiente… Que Jorge no necesita tanto dinero para un celular.

—¡Pero ese dinero era para él! ¡No para que ustedes decidieran cuánto darle!

Aarón se encogió de hombros, como si ya no pudiera pelear sus propias batallas. —Mamá, las cosas han cambiado… Verónica quiere que todo sea justo para sus hijos también. No quiere que Jorge tenga más que ellos.

Sentí rabia e impotencia. —¡Pero Jorge es tu hijo! No puedes dejar que lo traten como si fuera menos.

Aarón me miró con ojos cansados. —No entiendes cómo son las cosas ahora…

Me fui sin despedirme. Caminé por las calles llenas de vendedores ambulantes y madres apuradas con sus hijos de la mano, pensando en cuántas familias estarían pasando por lo mismo: nuevas parejas, hijos mezclados, celos y resentimientos.

Esa noche recibí un mensaje de Jorge: “Gracias por intentarlo, abuela. No te preocupes por el dinero.”

Me partió el alma leerlo. ¿Cómo podía decirle que no era solo por el dinero? Era por el amor, por el respeto, por la justicia dentro de nuestra familia.

Pasaron los días y la tensión creció. Verónica dejó de hablarme; Aarón apenas respondía mis llamadas. En Navidad ni siquiera invitaron a Jorge a cenar con ellos; él pasó la noche conmigo y Lucía, tratando de fingir alegría mientras miraba las fotos de sus medios hermanos abriendo regalos caros en redes sociales.

Un día decidí enfrentar a Verónica directamente. Fui a su casa sin avisar. Ella abrió la puerta con una sonrisa forzada.

—¿Qué se le ofrece, doña Rosa?

—Quiero saber por qué le quitaste el dinero a mi nieto.

Ella se cruzó de brazos. —No le quité nada. Solo pensé que era mejor repartirlo entre todos los niños.

—Ese dinero era para Jorge. No puedes decidir sobre lo que no es tuyo.

Verónica me miró con frialdad. —Aquí las reglas las ponemos Aarón y yo. Si no le gusta, puede dejar de venir.

Sentí ganas de gritarle todo lo que pensaba, pero me contuve. Sabía que si hacía una escena solo alejaría más a Aarón y a Jorge.

Salí de esa casa sintiéndome derrotada y sola. Por primera vez en mi vida sentí miedo de perder a mi familia para siempre.

Los meses pasaron y la distancia se hizo rutina. Jorge terminó la prepa y consiguió un trabajo medio tiempo para ahorrar para su celular y sus cosas; Aarón apenas fue a su graduación y Verónica ni siquiera lo felicitó.

Un domingo cualquiera recibí una llamada inesperada: Aarón estaba en el hospital tras un accidente en el taller. Corrí junto a Lucía y Jorge; ahí estaba él, vulnerable como nunca antes lo había visto.

Cuando despertó, me tomó la mano con fuerza. —Mamá… perdóname por todo.

Lloré como hacía años no lloraba. Sentí que tal vez aún había esperanza.

Después del accidente, Aarón empezó a buscar más a Jorge; poco a poco intentó reparar lo perdido, aunque Verónica seguía poniendo obstáculos cada vez que podía.

Hoy miro atrás y me pregunto: ¿Cuántas familias se rompen por influencias externas? ¿Cuántos hijos sufren por decisiones ajenas? ¿Vale la pena sacrificar el amor propio por mantener una falsa paz?

¿Ustedes qué harían si estuvieran en mi lugar? ¿Hasta dónde llegarían para proteger a su familia?