El rostro que regresó con mi billetera

—¿Eres tú, Lucía? —La voz del hombre era grave, casi un susurro, pero en medio del bullicio del Mercado Central de Lima, me heló la sangre. Me giré, apretando la bolsa de verduras contra el pecho, y lo vi: un hombre mayor, moreno, con arrugas profundas y ojos que parecían conocerme desde siempre. Extendía mi billetera, la misma que había perdido hacía dos días. Pero lo que me paralizó no fue la billetera, sino su rostro. Lo había visto antes, en una foto vieja y amarillenta que mi madre guardaba en el fondo de un cajón, junto a cartas que nunca me dejó leer.

—¿Dónde la encontró? —pregunté, intentando sonar casual, aunque mi voz temblaba.

—Cerca de la Plaza San Martín. Vi tu DNI y… —hizo una pausa, mirándome como si buscara algo en mi cara—. No podía no devolvértela.

No sabía si agradecerle o salir corriendo. Mi madre siempre me advirtió sobre los extraños, pero este hombre no era un extraño. Era el hombre que aparecía junto a mi madre en las fotos de su juventud, abrazados en la playa de Ancón, sonriendo como si el mundo les perteneciera. Pero en casa nunca se hablaba de él. Cuando preguntaba, mi madre cambiaba de tema o decía que era solo un amigo del pasado.

—¿Nos conocemos? —me atreví a preguntar, aunque sentía que la respuesta podía cambiarlo todo.

El hombre bajó la mirada y asintió lentamente. —Soy tu tío, Lucía. El hermano de tu papá.

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Mi papá murió cuando yo tenía cinco años. O al menos eso me dijeron. Nunca hubo fotos de él, solo historias vagas y silencios incómodos. Mi madre siempre evitó hablar de él, y yo aprendí a no preguntar.

—¿Por qué nunca supe de usted? —La pregunta salió sola, cargada de rabia y miedo.

Él suspiró, mirando el cielo gris de Lima. —No era mi decisión. Después de lo que pasó… tu mamá quiso protegerte.

—¿Protegerme de qué? —insistí, sintiendo que el corazón me latía en la garganta.

El hombre dudó. —No puedo contártelo aquí. ¿Podemos sentarnos a conversar?

Acepté, aunque una parte de mí quería salir corriendo. Caminamos hasta una cafetería pequeña, donde el aroma a café pasado y pan con chicharrón llenaba el aire. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Él sacó una foto doblada del bolsillo y la puso frente a mí. Era la misma foto de mi madre y él en la playa, pero había alguien más: un hombre joven, alto, con el cabello negro y los ojos tristes. Mi papá.

—Tu papá no murió en un accidente, Lucía. Se fue porque no pudo soportar la presión —dijo mi tío, con la voz quebrada—. Tu abuelo nunca aceptó a tu mamá. Decía que venía de una familia pobre, que no era suficiente para su hijo. Hubo peleas, gritos… y una noche, tu papá desapareció.

Sentí un nudo en la garganta. —¿Y por qué mi mamá me dijo que murió?

—Porque tenía miedo. Temía que si sabías la verdad, buscarías a tu papá y te harías daño. Él… nunca volvió a buscarte. Se fue a Ecuador, empezó otra vida. Solo nos mandó una carta, pidiéndonos que cuidáramos de ti y de tu mamá.

Las lágrimas me ardían en los ojos. Toda mi vida había creído una mentira. ¿Quién era yo realmente? ¿Por qué nadie me contó la verdad?

—¿Y usted? ¿Por qué aparece ahora? —pregunté, con la voz rota.

—Te busqué muchas veces, pero tu mamá no quería saber nada de nosotros. Cuando vi tu billetera, sentí que era una señal. Ya no podía seguir callando.

Me quedé en silencio, mirando la foto. Recordé todas las veces que le pregunté a mi mamá por mi papá y ella solo lloraba en silencio. Recordé las noches en que soñaba con un hombre que me abrazaba y me decía que todo estaría bien. Ahora sabía que ese hombre existía, pero eligió irse.

—¿Mi papá está vivo? —pregunté, casi sin voz.

Mi tío asintió. —Vive en Guayaquil. Tiene otra familia. Pero siempre preguntó por ti a través de mí.

Sentí rabia, tristeza, alivio y miedo al mismo tiempo. ¿Debía buscarlo? ¿Quería conocerlo? ¿O era mejor dejar el pasado donde estaba?

—¿Y mi mamá? ¿Por qué nunca me contó nada?

—Porque te ama, Lucía. Hizo lo que creyó mejor para ti. Pero los secretos pesan… y tarde o temprano salen a la luz.

Salí de la cafetería con la foto en la mano y la cabeza llena de preguntas. Caminé por las calles de Lima sintiendo que todo lo que conocía se había desmoronado. Cuando llegué a casa, mi mamá me esperaba en la puerta. Al verme con la foto, supo que ya lo sabía todo.

—Perdóname, hija —me dijo, con lágrimas en los ojos—. Solo quería protegerte.

La abracé fuerte, llorando juntas por todo lo que nunca dijimos. Esa noche no dormí. Miré la foto una y otra vez, preguntándome si debía buscar a mi papá o dejarlo todo atrás.

Ahora, mientras escribo esto, me pregunto: ¿Es mejor vivir con una mentira piadosa o enfrentar la verdad aunque duela? ¿Ustedes qué harían si estuvieran en mi lugar?