El secreto en la bodega: lo que nunca debí descubrir de mi esposo

—¿Por qué tienes esa cara, Mariana? —me preguntó Julián desde la cocina, mientras yo subía las escaleras con las manos temblorosas y el corazón desbocado.

No pude responderle. Solo apreté el viejo cuaderno contra mi pecho y sentí que el aire me faltaba. Todo había comenzado como una mañana cualquiera: el sol de Guadalajara entraba por la ventana y yo, con mi lista de pendientes en mano, bajé a la bodega para organizar los cartones llenos de cosas viejas. Siempre me gustó ese ritual de limpiar y recordar, encontrar fotos de mis padres, cartas de mi hermana Lucía cuando se fue a Monterrey, adornos navideños que cada diciembre sacamos con los niños.

Pero ese día, entre una caja de libros universitarios y una bolsa con ropa de bebé, encontré un cuaderno cubierto de polvo. Era un diario, con la letra inconfundible de Julián. Dudé en abrirlo. ¿Quién soy yo para leer lo que no me pertenece? Pero la curiosidad pudo más. Me senté en el suelo frío, rodeada de telarañas y recuerdos, y empecé a leer.

Las primeras páginas eran inocentes: relatos de su infancia en Tepic, anécdotas con sus hermanos, sueños de juventud. Pero pronto la tinta se volvió más oscura. Había confesiones que nunca imaginé escuchar de su boca. «A veces siento que me ahogo en esta vida que elegí», leí. «No sé si amo a Mariana como debería. Hay días en que quisiera salir corriendo y no mirar atrás».

Sentí un nudo en la garganta. ¿Eso pensaba de mí? ¿De nuestra familia? Seguí leyendo, incapaz de detenerme. Hablaba de una mujer llamada Camila, una exnovia que había dejado en Tepic antes de mudarse a Guadalajara conmigo. «A veces sueño con ella —escribió—. Me pregunto cómo habría sido mi vida si me hubiera quedado allá».

Las palabras me golpeaban como bofetadas. Recordé todas las veces que Julián se quedaba callado mirando por la ventana, o cuando discutíamos por tonterías y él salía a caminar sin decir nada. ¿Siempre había estado pensando en otra?

En una página arrugada, leí algo que me heló la sangre: «El día que Mariana perdió el bebé, sentí alivio y después culpa. No estaba listo para ser padre otra vez».

Lloré ahí mismo, sola entre cajas y polvo. Recordé ese día como uno de los más tristes de mi vida; él me abrazó y lloró conmigo… ¿pero ahora sé que su dolor no era real?

No sé cuánto tiempo estuve ahí abajo. Cuando subí, Julián ya estaba preparando café para los dos. Me miró con esa sonrisa cansada que siempre me ha enternecido.

—¿Encontraste algo interesante? —preguntó.

Quise gritarle, arrojarle el diario a la cara y exigirle explicaciones. Pero solo pude mirarlo en silencio, sintiendo que todo lo que habíamos construido era una mentira.

Durante días no pude dormir bien. Cada vez que Julián intentaba abrazarme o hablarme, yo me apartaba. Él notó mi distancia y una noche me enfrentó:

—¿Qué te pasa, Mariana? Ya no eres la misma.

No supe cómo decirle lo que había descubierto. ¿Cómo se enfrenta uno al hecho de que la persona con la que compartiste media vida tiene secretos tan oscuros?

Empecé a observarlo con otros ojos: sus silencios, sus ausencias repentinas los domingos por la tarde, las llamadas que cortaba cuando yo entraba a la habitación. ¿Y si Camila seguía presente en su vida? ¿Y si nunca me amó realmente?

Mi hermana Lucía vino a visitarme y notó mi tristeza.

—¿Qué te pasa? —me preguntó mientras tomábamos café en el patio.

Le conté todo entre lágrimas. Ella me abrazó fuerte y me dijo:

—Todos tenemos secretos, Mariana. Pero tienes derecho a saber la verdad. Habla con él.

Esa noche esperé a que los niños se durmieran y enfrenté a Julián.

—Encontré tu diario —le dije sin rodeos.

Él palideció y bajó la mirada.

—No era para ti… —susurró.

—¿De verdad nunca me amaste? ¿Siempre pensaste en otra?

Julián se sentó frente a mí y por primera vez en años lo vi llorar sin contenerse.

—Te juro que te amo, Mariana. Pero a veces uno se siente perdido… Esos pensamientos eran solo eso: pensamientos. Cosas que necesitaba sacar para no volverme loco.

No supe si creerle o no. ¿Cuántas parejas viven así, con secretos enterrados bajo capas de rutina y miedo?

Desde entonces nada volvió a ser igual entre nosotros. A veces lo miro y veo al hombre del diario; otras veces veo al Julián que me enamoró bailando cumbia en una fiesta del barrio.

Ahora me pregunto: ¿es posible perdonar lo que nunca se dijo en voz alta? ¿Cuántos matrimonios sobreviven a los secretos guardados en una bodega polvorienta?

¿Ustedes qué harían si descubrieran algo así? ¿Es mejor vivir en la ignorancia o enfrentar la verdad aunque duela?