Entre Dos Mundos: Amor Virtual y el Precio de la Realidad
—¿De verdad vas a casarte con alguien que nunca has visto en persona, Camila? —gritó mi mamá desde la cocina, mientras yo apretaba el celular contra mi pecho, temblando de emoción y miedo.
No podía responderle. ¿Cómo explicarle a mi madre, a mi abuela Rosa, a mis tías chismosas y a todo el barrio en las afueras de Medellín que Emiliano era real, aunque solo lo conociera por videollamadas y mensajes de voz? ¿Cómo convencerlas de que ese muchacho de Buenos Aires, con su acento dulce y sus promesas de amor eterno, era más real para mí que cualquier otro hombre que hubiera conocido en carne y hueso?
La historia comenzó hace un año, en un grupo de Facebook sobre literatura latinoamericana. Él comentó una foto mía con un poema de Benedetti. Yo respondí con un verso de Sabines. Así empezó todo: mensajes privados, largas noches hablando de sueños, miedos y hasta recetas de arepas y empanadas. Emiliano me hacía sentir vista, escuchada. Me decía: “Camila, vos sos mi refugio”. Y yo le creí.
Pero la realidad no tardó en colarse entre nuestros sueños. Mi familia no entendía nada. Mi papá, que trabaja en la construcción y apenas sabe usar WhatsApp, me miraba con desconfianza cada vez que mencionaba a Emiliano. “Eso es puro cuento —decía—. Nadie se enamora así, por internet”.
Aun así, seguí adelante. Emiliano y yo planeamos nuestro primer encuentro: sería el día de nuestra boda civil en Bogotá. Él viajaría desde Argentina, yo tomaría un bus desde Medellín. Todo parecía perfecto… hasta que llegó el día.
Recuerdo la mañana como si fuera hoy. Me desperté con el corazón en la garganta. Mi abuela rezaba por mí en voz baja, mi mamá lloraba en la sala y mi hermana menor me miraba como si estuviera loca. “¿Y si no viene?”, susurró. No respondí. Yo también tenía miedo.
Llegué al registro civil con las manos sudorosas. Emiliano llegó tarde, con una maleta vieja y una sonrisa nerviosa. Nos abrazamos torpemente. No era como en las videollamadas; su olor era distinto, su voz más grave, sus manos frías.
—Hola, Cami —me dijo, mirándome a los ojos por primera vez.
—Hola…
El trámite fue rápido. Firmamos los papeles entre risas nerviosas y miradas curiosas de los funcionarios. Cuando salimos, mi familia nos esperaba afuera. Mi mamá lo abrazó con lágrimas en los ojos; mi papá apenas le dio la mano.
Esa noche fue la primera vez que dormimos juntos. Todo era extraño: sus gestos, sus silencios, la manera en que evitaba mirarme cuando hablábamos de futuro. Al tercer día, noté que algo no estaba bien.
—Emiliano, ¿pasa algo? —le pregunté mientras desayunábamos arepas.
Él suspiró largo.
—Cami… esto es más difícil de lo que pensé. No es como en las llamadas.
Sentí un frío recorrerme el cuerpo.
—¿No me quieres?
—Sí… pero no sé si es suficiente. Todo aquí es distinto: tu familia, tu ciudad, tus costumbres… Yo extraño Buenos Aires, mi gente…
Lloré esa noche como nunca antes. Mi mamá entró a mi cuarto y me abrazó fuerte.
—Te lo dije, hija. El amor no es solo palabras bonitas por celular.
Pero yo no quería rendirme. Luché por él: le mostré mi ciudad, le presenté a mis amigos, cociné sus platos favoritos. Pero Emiliano se fue apagando poco a poco. Empezó a salir solo, a buscar trabajo sin decirme nada, a pasar horas mirando su celular sin hablarme.
Un mes después de nuestra boda, me dijo que quería regresar a Argentina.
—No puedo quedarme aquí, Cami. Lo intenté… pero no soy feliz.
Sentí que el mundo se me venía encima. ¿Cómo podía doler tanto algo que nunca fue del todo real? ¿Cómo podía extrañar tanto a alguien que tenía al lado?
La despedida fue silenciosa. Lo acompañé al aeropuerto sin decir palabra. Cuando se fue, sentí un vacío inmenso en el pecho.
Mi familia me apoyó como pudo. Mi abuela me preparó chocolate caliente; mi hermana me llevó al cine; mi mamá me abrazó cada noche hasta que dejé de llorar.
Hoy miro atrás y me pregunto si fui ingenua o valiente. Si el amor virtual puede sobrevivir cuando la realidad golpea tan fuerte. Si vale la pena arriesgarlo todo por un sueño construido entre dos pantallas.
¿Ustedes qué piensan? ¿El amor puede sobrevivir entre dos mundos tan distintos? ¿O siempre termina ganando la realidad?