Entre la Sangre y el Futuro: La Decisión que Me Rompe

—¿Y entonces, Lucía? ¿Vas a seguir perdiendo el tiempo o vas a hacerme abuelo de una vez?— La voz de mi papá retumbó en la cocina, tan áspera como el café que hervía en la hornilla. Mi madre, sentada a su lado, bajó la mirada y apretó los labios, como si quisiera desaparecer entre las baldosas gastadas.

Yo tenía la cuchara en la mano, pero no podía moverla. Sentí que el aire se volvía denso, como si cada palabra de mi papá llenara la casa de un humo invisible. —Papá, ya te lo dije mil veces. No es el momento. No sé si siquiera quiero tener hijos— respondí, tratando de mantener la voz firme, aunque por dentro temblaba.

Él golpeó la mesa con el puño. —¡No me vengas con modernidades! Aquí en Medellín, la familia es lo primero. ¿Qué van a decir los vecinos? ¿Que mi única hija prefiere andar viajando y trabajando como loca en vez de darme nietos?—

La presión era constante. Desde que cumplí treinta, cada reunión familiar se convertía en un interrogatorio: tías, primos, hasta los vecinos del barrio San Joaquín opinaban sobre mi útero vacío. Pero lo de mi papá era distinto. Él no preguntaba, exigía. Y ahora, amenazaba.

—Si sigues así, Lucía, te lo advierto: no cuentes más con mi ayuda. Ni para el arriendo ni para nada. Ya está bueno de caprichos— sentenció, mirándome con esos ojos duros que siempre me hicieron sentir pequeña.

Me quedé callada. Pensé en todo lo que dependía de él: el apartamento donde vivía sola desde que terminé la universidad, la ayuda para pagar el posgrado en Buenos Aires que tanto soñaba… Todo podía desvanecerse si no cumplía su deseo.

Esa noche no pude dormir. Escuchaba los gritos de mi papá rebotando en mi cabeza. ¿Por qué su felicidad tenía que depender de mis decisiones? ¿Por qué en nuestra cultura ser mujer era sinónimo de ser madre? Recordé a mi amiga Camila, que se fue a Ciudad de México para escapar del mismo destino. ¿Sería yo tan valiente?

Al día siguiente, mi mamá me llamó al trabajo. —Hija, tu papá está muy alterado. Dice que si no cambias de opinión, va a hablar con tu tío Ernesto para que te quite el trabajo en la empresa— susurró, como si temiera que él pudiera oírla desde el otro lado del teléfono.

Me sentí atrapada. No era solo una amenaza económica; era una red tejida por toda la familia. Mi tío Ernesto era el gerente general donde yo trabajaba como contadora. Si él se ponía en mi contra, perdería todo lo que había construido.

Esa tarde, después del trabajo, fui a casa de mis padres. Mi papá estaba viendo fútbol con una cerveza en la mano. Me senté frente a él y respiré hondo.

—Papá, quiero que me escuches— dije con voz temblorosa pero decidida.—Yo sé que para ti la familia es lo más importante. Pero para mí también lo es… solo que mi idea de familia es diferente. Quiero poder decidir cuándo y si quiero tener hijos. No quiero traer un niño al mundo solo para cumplir una expectativa.—

Él me miró con rabia y tristeza al mismo tiempo.—¿Y qué vas a hacer cuando estés vieja y sola? ¿Quién te va a cuidar? ¿Quién va a llevar nuestro apellido?—

Sentí un nudo en la garganta.—Papá, yo no estoy sola. Tengo amigos, tengo sueños… Y si algún día decido tener hijos, será porque yo lo deseo, no porque me obligan.—

Se levantó bruscamente.—Entonces búscate tu propio camino. Aquí no tienes nada más que buscar.—

Salí de esa casa sintiendo que me arrancaban una parte del alma. Caminé por las calles húmedas de Medellín sin rumbo fijo. Pensé en llamar a Camila, pero no quería escuchar un «te lo dije». Me senté en un parque y lloré hasta quedarme sin lágrimas.

Pasaron semanas sin hablar con mi familia. Mi tío Ernesto me llamó al despacho.—Lucía, tu papá me pidió que te hablara… pero yo no soy como él. Yo también tuve sueños distintos y sé lo difícil que es romper con las expectativas familiares.— Me ofreció su apoyo y prometió no dejarme sin trabajo.

Eso me dio fuerzas para seguir adelante. Empecé a buscar becas para el posgrado y encontré una oportunidad en Chile. Cuando le conté a mi mamá por WhatsApp, solo respondió: «Te extraño».

El día antes de viajar, mi papá apareció en la puerta de mi apartamento. Tenía los ojos rojos y las manos temblorosas.—Lucía… yo solo quería lo mejor para ti— murmuró.—Pero no sé cómo ser tu papá si no sigues el camino que yo conozco.—

Lo abracé fuerte.—Papá, solo quiero que estés orgulloso de mí… aunque mi vida sea diferente a la tuya.—

Él asintió en silencio y se fue sin mirar atrás.

Ahora escribo estas líneas desde Santiago de Chile, rodeada de nuevos amigos y sueños renovados. A veces extraño a mi familia y me pregunto si algún día entenderán que la felicidad no tiene una sola forma.

¿Hasta cuándo vamos a cargar con los sueños ajenos? ¿Cuándo aprenderemos a vivir para nosotros mismos y no para cumplir expectativas impuestas?