La Vacación Que Me Convirtió en la Oveja Negra de la Familia
—¿Así que te vas solo, Ernesto? —La voz de mi madre retumbó en el comedor, donde el olor a café recién hecho no lograba suavizar la tensión que se respiraba.
No respondí de inmediato. Mi padre, don Ramón, me miraba por encima de sus lentes, y mis hermanas, Mariana y Lucía, cuchicheaban entre ellas. Sentí el sudor frío correrme por la espalda. Había esperado este momento durante años: después de trabajar sin descanso en la panadería familiar en San Juan del Río, por fin tenía ahorrado lo suficiente para tomarme unas vacaciones. Pero no a Acapulco con todos, como siempre. Esta vez quería ir solo a Oaxaca, perderme entre sus calles, probar su mezcal y sentir que la vida era algo más que amasar pan y cumplir expectativas.
—Sí, mamá. Me voy solo —dije al fin, con la voz temblorosa pero firme.
El silencio fue absoluto. Mi madre dejó caer la cuchara en la taza. Mi padre se levantó despacio, como si le pesaran los años y las palabras.
—¿Y quién va a atender la panadería? ¿Quién va a ayudarle a tu hermana con los niños? —preguntó él, sin mirarme directamente.
—Papá, llevo años cubriendo turnos dobles. Mariana y Lucía también pueden ayudar. Yo… necesito esto —contesté, sintiendo cómo se me quebraba la voz.
Mariana me miró con rabia. —¡Claro! Porque tú eres el único que se cansa aquí, ¿no? ¡Siempre igual! —gritó, y Lucía asintió con los ojos llenos de lágrimas.
No supe qué decir. Me sentí egoísta, pero también harto de ser siempre el que cede. Esa noche dormí poco. Escuché a mis padres discutir en su cuarto:
—Ramón, el muchacho tiene derecho…
—¡Pero no así! Nos deja tirados justo cuando más lo necesitamos.
Al día siguiente, hice mi maleta mientras mi sobrino pequeño me miraba desde la puerta.
—¿Por qué te vas, tío? —preguntó con esa inocencia que duele.
Me agaché y lo abracé fuerte. —Porque a veces los grandes también necesitamos un descanso.
El viaje a Oaxaca fue una mezcla de culpa y liberación. Caminé por el Zócalo, probé tlayudas en un mercado y me senté solo en una banca a ver la vida pasar. Por primera vez en años sentí que respiraba aire fresco. Pero cada mensaje de WhatsApp sin responder de mi familia era una piedra en el estómago.
El tercer día recibí una llamada de Mariana:
—¿Sabes qué? Mamá se enfermó del coraje. Papá está solo en la panadería y Lucía tuvo que dejar a los niños con la vecina. Todo por tu capricho.
Me quedé mudo. Quise regresar corriendo, pero también sentí rabia: ¿por qué todo dependía siempre de mí? ¿Por qué mi felicidad era menos importante?
Esa noche salí a caminar bajo la lluvia oaxaqueña. Me senté en una cantina y hablé con Don Hilario, un hombre mayor que me contó cómo él también fue la oveja negra por dejar el rancho familiar para ser músico en la ciudad.
—Al principio duele —me dijo— pero uno tiene que vivir su propia vida, Ernesto. Si no lo haces tú, nadie lo hará por ti.
Regresé a San Juan del Río una semana después. Nadie me recibió en la terminal. Caminé hasta la casa y encontré a mi madre acostada, pálida pero sonriente al verme.
—¿Te divertiste? —preguntó con voz suave.
No supe si decirle la verdad: que sí, pero también lloré cada noche extrañándolos y sintiéndome culpable.
Mi padre apenas me dirigió la palabra durante días. Mariana me ignoró y Lucía sólo me hablaba lo necesario. En el pueblo comenzaron los murmullos: “Ernesto se cree mucho”, “Ya no le importa su familia”.
Me convertí en la oveja negra sin quererlo. Pero también descubrí algo: empecé a salir más seguido solo, a leer libros que siempre quise leer, a decir “no” cuando antes sólo decía “sí”.
Un domingo, mientras desayunábamos en silencio, mi madre rompió el hielo:
—A veces hay que perderse un poco para encontrarse, ¿verdad hijo?
La miré sorprendido. Ella sonrió y me apretó la mano bajo la mesa.
No sé si algún día dejaré de ser el raro de la familia. Pero aprendí que mi felicidad también importa, aunque duela romper las expectativas de quienes más amas.
¿Ustedes qué harían? ¿Vale la pena buscar nuestra propia felicidad aunque eso signifique decepcionar a quienes queremos?