Nunca Imaginé Que Me Juzgaría Así: La Noche Que Mi Exmarido Me Rompió el Alma por la Manutención de Nuestra Hija

—¿Otra vez arroz con leche, mamá? —preguntó Valentina, su carita iluminada por la luz amarilla de la cocina.

No tuve tiempo de responder. El timbre sonó con una urgencia que me hizo temblar la cuchara. Miré el reloj: 8:30 de la noche. Nadie venía a esta hora, salvo una emergencia. Mi corazón se apretó; en este barrio de Iztapalapa, las sorpresas nocturnas nunca traen buenas noticias.

Abrí la puerta y ahí estaba Julián, mi exmarido. Llevaba semanas sin vernos, pero su mirada era la misma: dura, inquisitiva, como si yo fuera culpable de todos sus males.

—¿Puedo pasar? —dijo sin saludar.

Valentina corrió a su cuarto. Sabía leer el ambiente mejor que nadie desde que su papá y yo nos separamos hace dos años. Cerré la puerta tras él y sentí el peso del pasado caer sobre mis hombros.

—¿Qué necesitas? —pregunté, intentando mantener la voz firme.

Julián se plantó en medio de la sala, observando los muebles viejos, el tapete remendado, los dibujos de Valentina pegados en la pared.

—Vine a hablar de la manutención —soltó—. No puedo seguir depositando tanto dinero cada mes. ¿En qué lo gastas? ¿De verdad todo es para Valentina?

Sentí cómo se me subía la sangre a la cara. ¿En qué lo gasto? ¿Acaso no sabe lo que cuesta criar a una niña sola en esta ciudad?

—¿De verdad crees que me sobra el dinero? —le respondí—. ¿Tienes idea de lo que cuesta el uniforme nuevo, los útiles, las medicinas cuando se enferma? El gas subió otra vez, Julián. Y ni hablar del transporte para llevarla a la escuela.

Él bufó y se dejó caer en el sillón.

—No exageres, Natalia. Yo también tengo gastos. Además, tú tienes trabajo.

Me reí amargamente. Trabajo medio tiempo en una papelería y limpio casas los fines de semana. A veces no alcanza ni para el pasaje. Pero claro, para Julián, todo es sencillo desde que vive con su nueva pareja en un departamento en Tlalpan.

—¿Sabes cuántas veces he tenido que pedirle fiado a Doña Lupita de la tienda? ¿O cuántas noches Valentina ha llorado porque no puede ir a una excursión porque no hay dinero? —le dije, sintiendo cómo las lágrimas me ardían en los ojos.

Julián me miró con desprecio.

—Siempre te haces la víctima. Yo cumplo con lo que dice el juez. No es mi culpa si no sabes administrar.

En ese momento sentí que algo se rompía dentro de mí. No era solo el dinero; era el juicio constante, la falta de empatía, el peso de cargar sola con todo mientras él podía elegir cuándo ser papá y cuándo no.

—¿Sabes qué es lo peor? —le dije bajito—. Que Valentina te extraña todos los días. Que pregunta por qué no vienes a verla más seguido. Que cree que es su culpa que ya no vivamos juntos.

Por un segundo vi un destello de culpa en sus ojos, pero enseguida volvió a endurecerse.

—No me manipules con la niña —dijo—. Si quieres más dinero, búscate otro trabajo o pídele a tu familia. Yo ya hago suficiente.

Me quedé callada. No tenía fuerzas para seguir discutiendo. Mi mamá vive en Puebla y apenas puede ayudarnos con algo de comida cuando viene de visita. Mis hermanos tienen sus propios problemas; aquí nadie tiene nada asegurado.

Julián se levantó y fue hacia la puerta.

—Voy a hablar con mi abogado —dijo antes de irse—. No pienso dejar que me sigas exprimiendo.

Cerró la puerta tan fuerte que los vasos en la alacena tintinearon. Me dejé caer en una silla y lloré en silencio mientras el arroz con leche se pegaba al fondo de la olla.

Valentina salió despacio de su cuarto y se sentó a mi lado. Me abrazó sin decir nada. Sentí su manita tibia en mi espalda y pensé en todas las mujeres que conozco: mis vecinas, mis amigas del trabajo, todas luchando solas mientras los hombres creen que pagar una pensión es suficiente para ser padres.

Esa noche cenamos juntas bajo una cobija vieja, viendo caricaturas en el celular porque no hay para cable. Valentina me preguntó si algún día su papá volvería a vivir con nosotras. Le dije que no lo sabía, pero que siempre estaríamos juntas.

Antes de dormir, miré el techo agrietado y me pregunté: ¿Por qué nos juzgan tan duro cuando solo intentamos sobrevivir? ¿Cuándo aprenderemos a dejar el orgullo y pensar primero en nuestros hijos?