Bajo las escaleras: El secreto de Krzysieńka

—¿Qué hacen ahí abajo? —pregunté, con la voz temblorosa, mientras el eco del timbre aún vibraba en los pasillos.

Staszek me miró con esos ojos oscuros que siempre parecían esconder algo. Darek, más nervioso, se metió la mano al bolsillo y apretó lo que fuera que tenía allí. Yo, Wojtek Nowak, nunca había sentido tanta curiosidad ni tanto miedo al mismo tiempo. Sabía que algo no estaba bien, pero no podía imaginar hasta dónde llegaría todo esto.

—Nada, Wojtek. Anda, sigue tu camino —dijo Staszek, con ese tono de voz que usaba cuando no quería que nadie se metiera en sus asuntos.

Pero yo no me moví. Sentí una presión en el pecho, como si supiera que ese momento iba a marcar un antes y un después en mi vida. El timbre seguía sonando en mi cabeza, pero mis pies estaban pegados al suelo.

—¿Qué esconden? —insistí, bajando la voz.

Darek me miró suplicante, como si quisiera que lo salvara de algo. Pero Staszek fue más rápido. Se levantó de un salto y me empujó suavemente hacia las escaleras.

—No es asunto tuyo, Krzysieńka —me dijo, usando ese apodo que solo usaban cuando querían burlarse de mí o recordarme que era el más chico del grupo.

Me fui a clase con el corazón acelerado. Durante toda la lección de historia no pude dejar de pensar en lo que había visto. ¿Qué podían estar escondiendo? ¿Por qué actuaban así? Mi mente volaba entre posibilidades: drogas, dinero robado, algún celular prohibido… Sabía que en nuestra escuela del barrio San Martín esas cosas pasaban, aunque los profesores fingieran no ver nada.

Al salir de clase, busqué a mi mejor amiga, Mariana. Ella siempre tenía una respuesta para todo.

—¿Y si están metidos en algo peligroso? —le pregunté mientras caminábamos por el patio lleno de gritos y risas.

—No te metas, Wojtek. Mira que esos dos no son cualquier cosa —me advirtió Mariana, bajando la voz—. Además, tú sabes cómo es tu mamá: si se entera que andas metido en líos otra vez…

Tenía razón. Mi mamá, Lucía Nowak, era capaz de aparecerse en la escuela y armar un escándalo si sospechaba que yo estaba cerca de problemas. Desde que mi papá se fue a trabajar a Chile y dejó de mandar dinero, ella estaba más nerviosa que nunca. Todo era una lucha: la comida, el alquiler, los útiles escolares… Y yo sentía la presión de no fallarle.

Esa noche, mientras cenábamos arroz con huevo —otra vez—, mi mamá me miró fijamente.

—¿Pasó algo raro hoy en la escuela? —preguntó sin rodeos.

—No… nada —mentí, bajando la mirada.

Pero ella no se tragó mi respuesta. Se levantó de golpe y empezó a lavar los platos con fuerza.

—No quiero problemas, Wojtek. Ya bastante tenemos con lo nuestro —dijo casi en un susurro.

Me fui a dormir con un nudo en la garganta. Soñé con Staszek y Darek escondiendo algo bajo las escaleras, con Mariana alejándose de mí y con mi papá llamando desde un teléfono público para decirme que no iba a volver.

Al día siguiente, decidí enfrentar a Staszek. Lo esperé a la salida del baño de los varones.

—Dime la verdad. ¿Qué escondían ayer?

Staszek me miró con rabia primero, pero luego bajó la guardia.

—No puedes contárselo a nadie —me dijo en voz baja—. Es para ayudar a Darek. Su papá le pega cuando llega borracho y le roba el dinero del almuerzo. Así que… bueno… vendemos dulces en secreto para juntar plata y ayudarlo a él y a su hermanita.

Me quedé helado. Nunca imaginé algo así. Sentí vergüenza por haber pensado lo peor de ellos.

—¿Por qué no le dicen a alguien? ¿A la directora?

Staszek se rió amargamente.

—¿Y tú crees que a alguien le importa? Aquí todos tienen sus propios problemas. Si hablas, solo van a castigar a Darek o lo van a separar de su hermana. Mejor nos arreglamos entre nosotros.

Me fui caminando por el pasillo sintiendo una mezcla de rabia e impotencia. ¿Cómo podía ser tan injusto todo? ¿Por qué los adultos no veían lo que pasaba?

Esa tarde le conté todo a Mariana. Ella lloró en silencio mientras me escuchaba.

—Mi papá también era así antes de irse —me confesó—. Por eso mi mamá trabaja tanto y nunca está en casa.

Nos quedamos sentados en el parque hasta que oscureció, sin decir palabra. Sentí una conexión profunda con Mariana y con Darek; todos éramos víctimas de algo más grande que nosotros mismos: la pobreza, la violencia, el abandono.

Los días siguientes ayudé a Staszek y Darek a vender dulces entre los compañeros más grandes. Algunos profesores sospechaban pero miraban para otro lado. Nadie quería problemas; todos fingían normalidad mientras los secretos crecían bajo las escaleras del colegio.

Una tarde, cuando creíamos que todo estaba bajo control, nos descubrió el profesor Ramírez. Nos llevó directo a la dirección.

La directora nos miró uno por uno antes de hablar:

—¿Saben lo grave que es esto? ¿Vender cosas sin permiso? ¿Ocultar problemas?

Darek rompió a llorar y confesó todo entre sollozos: el miedo a su papá, el hambre de su hermana menor, la desesperación por sobrevivir sin ayuda de nadie.

La directora se quedó callada mucho tiempo antes de hablar:

—Voy a llamar al DIF —dijo finalmente—. Pero también voy a hablar con sus mamás. Esto no puede seguir así.

Salimos de la dirección sintiéndonos traicionados y aliviados al mismo tiempo. Por primera vez alguien adulto iba a intervenir realmente.

Esa noche mi mamá lloró conmigo cuando le conté todo lo que había pasado. Me abrazó fuerte y me pidió perdón por no haber visto lo solo que me sentía.

Pasaron semanas difíciles: entrevistas con asistentes sociales, visitas al hogar de Darek, reuniones interminables entre padres y profesores. Pero poco a poco las cosas empezaron a mejorar: Darek y su hermana recibieron ayuda; Staszek pudo volver a concentrarse en sus estudios; Mariana y yo nos hicimos inseparables; mi mamá consiguió un trabajo mejor gracias a una vecina solidaria.

A veces paso por las escaleras del colegio y recuerdo ese día como si fuera ayer: el miedo, los secretos, la solidaridad inesperada entre amigos.

Me pregunto: ¿Cuántos niños más esconden sus problemas bajo las escaleras mientras los adultos miran hacia otro lado? ¿Cuántos Krzysieńkas hay esperando ser escuchados?