Después del divorcio de mi hijo, perdí a mi nuera: De repente, fui una extraña para ella

—¿Por qué no me contestas los mensajes, Camila? —le pregunté una tarde, con la voz temblorosa, mientras veía el doble check azul en WhatsApp y ninguna respuesta. Sentí un vacío en el pecho, como si de pronto me hubieran arrancado una parte del alma.

Nunca imaginé que después del divorcio de Alejandro y Camila, yo también perdería a alguien tan importante. Camila llegó a nuestras vidas hace siete años, en una tarde lluviosa de diciembre en Ciudad de México. Recuerdo cómo mi hijo la presentó en la sala de la casa: “Mamá, ella es Camila”. Tenía una sonrisa cálida y unos ojos llenos de vida. No era como las otras chicas que Alejandro había traído antes; ella tenía algo especial, una honestidad en su mirada que me hizo confiar en ella desde el primer momento.

Al principio fui cautelosa. Como cualquier madre mexicana, quería proteger a mi hijo, asegurarme de que no le rompieran el corazón. Pero Camila se ganó mi cariño poco a poco: ayudaba en la cocina, escuchaba mis historias sobre mi infancia en Veracruz y hasta aprendió a preparar mole como lo hacía mi mamá. Pronto se volvió parte de la familia, y yo la veía casi como una hija.

Los años pasaron entre reuniones familiares, cumpleaños y domingos de comida casera. Pero nada es perfecto. Empecé a notar que Alejandro llegaba tarde a casa, que discutían por cosas pequeñas: el dinero, el trabajo, los sueños que parecían alejarse cada vez más. Yo intentaba no meterme, pero era imposible no notar la tensión.

Una noche, después de una fuerte discusión, Alejandro llegó a mi casa con los ojos rojos. “Mamá, Camila y yo nos vamos a separar”, me dijo sin mirarme a los ojos. Sentí que el mundo se me venía encima. ¿Cómo era posible? Si ellos parecían tan felices…

El proceso fue doloroso y confuso. Alejandro se fue a vivir solo y Camila desapareció de nuestras vidas casi de inmediato. Yo intenté mantener el contacto: le mandaba mensajes, le llamaba para saber cómo estaba. Al principio respondía con monosílabos: “Bien, señora”, “Gracias por preguntar”. Pero poco a poco dejó de contestar.

Mi familia me decía que era normal, que después del divorcio las cosas cambian. Mi hermana Lucía fue tajante: “Ya no es tu nuera, tienes que dejarla ir”. Pero ¿cómo se deja ir a alguien que amas como a una hija? ¿Cómo se apaga ese cariño de un día para otro?

Un día me armé de valor y fui a buscarla a su trabajo. La esperé afuera del café donde era barista. Cuando salió y me vio, su expresión cambió por completo: pasó de la sorpresa al desconcierto y luego a la incomodidad.

—Camila, solo quiero saber cómo estás —le dije con lágrimas en los ojos.

Ella bajó la mirada y suspiró.

—Señora Marta… no quiero ser grosera, pero creo que lo mejor es que cada quien siga su camino —me respondió con voz suave pero firme—. Esto es difícil para todos.

Sentí un nudo en la garganta. Quise abrazarla, decirle que siempre tendría un lugar en mi corazón, pero entendí que para ella yo era parte del pasado que necesitaba dejar atrás.

Regresé a casa sintiéndome más sola que nunca. Alejandro intentó animarme: “Mamá, tú hiciste lo correcto. Pero Camila necesita sanar”. Pero yo no podía evitar sentirme rechazada, como si todo lo vivido no hubiera significado nada.

Pasaron los meses y la vida siguió su curso. Alejandro empezó a salir con otra chica, pero yo no podía evitar comparar todo con Camila: su risa, su forma de escucharme, su cariño genuino. Me sentía atrapada entre el deseo de avanzar y el dolor de la pérdida.

Una tarde recibí una llamada inesperada. Era Camila. Su voz sonaba diferente, más madura pero también más distante.

—Solo quería agradecerle por todo lo que hizo por mí —me dijo—. Usted fue como una madre cuando más lo necesité.

Lloré después de colgar. No porque hubiera recuperado el contacto, sino porque entendí que había llegado el momento de soltar.

Hoy sigo pensando en ella cada vez que cocino mole o escucho alguna canción que le gustaba. A veces me pregunto si algún día podré volver a verla sin sentir ese vacío en el pecho.

¿Será posible reconstruir una relación después de tanto dolor? ¿O hay lazos familiares que simplemente están destinados a romperse para siempre? ¿Ustedes qué harían en mi lugar?