Entre la fe y el silencio: La historia de Mariana en la tormenta familiar
—¡No me hables así delante de las niñas, Ernesto! —gritó mi madre, con la voz quebrada, mientras yo apretaba los puños bajo la mesa.
Era jueves por la noche y la casa olía a arroz quemado. Mi hermana menor, Lucía, se tapaba los oídos. Yo tenía diecisiete años y sentía que el mundo se partía en dos: el de antes, cuando papá llegaba con flores y mamá reía, y este, el de ahora, donde las palabras eran cuchillos y el silencio era un campo minado.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me quede callado mientras tú gastas el poco dinero que hay? —respondió mi padre, su voz retumbando en las paredes del pequeño departamento en Ciudad del Este.
Mi madre no contestó. Se fue al cuarto y cerró la puerta tan fuerte que el cuadro de la Virgen se tambaleó en la pared. Yo me quedé ahí, con Lucía temblando a mi lado. Sentí rabia, impotencia y miedo. Pero sobre todo sentí una soledad tan honda que solo pude hacer una cosa: fui a mi cuarto, me arrodillé junto a la cama y recé. No pedí milagros, solo fuerzas para no odiar a mi padre.
Esa noche no dormí. Escuché a mamá llorar bajito y a papá salir de casa dando un portazo. En mi cabeza, las palabras de la abuela resonaban: “La familia es sagrada, Mariana. Pero también hay que saber cuándo hablar”. ¿Pero cómo hablar cuando todo lo que dices puede empeorar las cosas?
Al día siguiente, en el colegio, no pude concentrarme. Mis amigas hablaban de la fiesta del sábado, pero yo solo pensaba en volver a casa y encontrarla vacía. Cuando sonó el timbre de salida, caminé despacio bajo el sol ardiente. Al llegar, vi a mamá sentada en la mesa con los ojos hinchados. Lucía estaba en su cuarto dibujando ángeles.
—¿Estás bien, mamá? —pregunté, aunque sabía la respuesta.
Ella asintió sin mirarme. Me senté a su lado y le tomé la mano. Sentí su pulso acelerado, como si su corazón quisiera escapar de su pecho.
—No sé qué hacer, hija —susurró—. No quiero que crezcan viendo esto.
Me mordí los labios para no llorar. Recordé las noches en que rezábamos juntas y le pedía a Dios por un poco de paz. Esa tarde, cuando Lucía se quedó dormida viendo caricaturas, le propuse a mamá ir a la iglesia del barrio.
La iglesia era pequeña y humilde, con bancos de madera gastados y vitrales rotos. Pero ahí, entre velas encendidas y el olor a incienso, sentí por primera vez en semanas una calma profunda. Nos arrodillamos juntas y lloramos en silencio. Le pedí a Dios que nos diera valor para enfrentar lo que venía.
Esa noche, cuando papá volvió, lo esperé despierta. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que se saldría del pecho. Cuando entró al cuarto, lo miré a los ojos por primera vez sin miedo.
—Papá —dije—, necesitamos hablar. No podemos seguir así.
Él me miró sorprendido. Por un momento vi al hombre cariñoso que solía ser antes de que el trabajo escaseara y las deudas lo volvieran irritable. Se sentó en la cama y bajó la cabeza.
—No sé qué me pasa, Mariana —dijo con voz ronca—. Siento que todo se me va de las manos.
Me atreví a tomarle la mano como hacía cuando era niña.
—Podemos buscar ayuda —le dije—. Pero tienes que querer cambiar.
Esa noche fue el principio de algo nuevo. No fue fácil. Hubo más discusiones, más lágrimas. Pero también hubo pequeños milagros: papá aceptó ir a hablar con el padre Juan; mamá empezó a trabajar vendiendo empanadas; Lucía volvió a reír sin miedo.
La fe no resolvió todo de inmediato, pero nos dio fuerzas para no rendirnos. Aprendí que perdonar no es olvidar ni justificar lo malo; es decidir no dejar que el dolor te destruya por dentro.
Hoy miro atrás y veo a esa Mariana asustada y temblorosa como una niña perdida en medio de una tormenta. Ahora sé que Dios no siempre calma la tormenta afuera, pero sí puede calmar la tormenta dentro de uno.
A veces me pregunto: ¿cuántas familias viven esto cada día en silencio? ¿Cuántos hijos callan por miedo o vergüenza? ¿Y si empezamos a hablarlo sin miedo? ¿Y si nos atrevemos a pedir ayuda?
¿Ustedes también han sentido alguna vez que la fe era lo único que los sostenía? ¿Qué harían si estuvieran en mi lugar?