Las palabras que nunca debieron decirse: Entre Jeremy y Victoria, una traición silenciosa
—¿Por qué estás aquí otra vez, Victoria? —mi voz temblaba, aunque intenté sonar firme. La luz mortecina de la cocina apenas iluminaba sus rostros, pero el silencio entre Jeremy y ella era más elocuente que cualquier palabra.
Victoria bajó la mirada, jugueteando con la taza de café que mi suegra le había servido. Jeremy, mi esposo, evitó mis ojos. Sentí un nudo en la garganta, uno que llevaba semanas creciendo desde que Victoria empezó a aparecer cada vez más seguido en nuestra casa de Medellín.
Todo comenzó después de la fiesta de cumpleaños de mi suegra, doña Rosa. Ella siempre había dejado claro que prefería a Victoria para su hijo. «Esa niña sí sabe lo que quiere en la vida», decía mientras me lanzaba miradas cargadas de significado. Yo me reía, confiando en Jeremy y en el amor que nos había unido desde la universidad. Pero las palabras de doña Rosa se quedaban flotando en el aire, como una amenaza sutil.
—No es lo que piensas, Mariana —dijo Jeremy por fin, pero su voz sonaba hueca.
—¿Y qué es entonces? —pregunté, sintiendo cómo la rabia y la tristeza me quemaban por dentro.
Victoria se levantó de la silla y se acercó a mí. Su perfume dulce me resultó insoportable. —Solo vine a hablar con Jeremy sobre su mamá. Está preocupada por ti… por ustedes —susurró.
No le creí. Había visto demasiadas miradas cómplices entre ellos, demasiados mensajes en el celular de Jeremy que él borraba rápidamente cuando yo entraba a la habitación. Empecé a dudar de todo: de los almuerzos familiares, de las risas compartidas, incluso de los silencios incómodos que antes atribuía al cansancio del trabajo.
Una tarde, mientras lavaba los platos, escuché a mi suegra hablando por teléfono en la sala. «Victoria es como una hija para mí… Ojalá Jeremy recapacite antes de que sea tarde». Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. ¿Era yo solo una intrusa en mi propia familia?
Esa noche, confronté a Jeremy. —¿Tú todavía sientes algo por Victoria? —le pregunté con la voz quebrada.
Él guardó silencio. El silencio más largo y doloroso de mi vida.
—No sé… —admitió finalmente—. Es complicado, Mariana. Mamá siempre quiso que estuviera con ella. Pero yo te elegí a ti.
—¿Pero todavía la quieres? —insistí.
Jeremy se pasó las manos por el cabello, frustrado. —No lo sé. A veces siento que todo sería más fácil si…
No terminó la frase. No hacía falta. Yo ya sabía lo que quería decir.
Los días siguientes fueron un infierno. Mi suegra me trataba con frialdad, como si yo fuera la culpable de todo. Victoria seguía viniendo a la casa, trayendo postres y sonrisas falsas. Yo me sentía cada vez más sola, atrapada en una telaraña tejida por expectativas ajenas y lealtades rotas.
Una tarde lluviosa, decidí enfrentar a Victoria directamente. La cité en una cafetería del centro.
—¿Por qué no te alejas de Jeremy? —le pregunté sin rodeos.
Victoria suspiró y miró por la ventana. —Porque lo amo, Mariana. Y porque tu suegra nunca te va a aceptar. No quiero hacerte daño, pero tampoco puedo mentir sobre lo que siento.
Salí de ahí temblando, empapada por la lluvia y por las lágrimas que no podía contener. ¿Cómo se compite con el pasado? ¿Cómo se lucha contra una familia que nunca te quiso ahí?
Esa noche, Jeremy llegó tarde a casa. Lo esperé sentada en la sala, con las luces apagadas.
—¿Hablaste con Victoria? —preguntó él al verme.
—Sí —respondí—. Y creo que tienes que decidir qué quieres hacer con tu vida… y con la mía.
Jeremy se sentó a mi lado y tomó mi mano. Por primera vez en semanas sentí sinceridad en su mirada.
—No quiero perderte, Mariana. Pero tampoco puedo seguir viviendo entre dos mundos —dijo con voz cansada.
Nos quedamos en silencio largo rato, escuchando el sonido lejano de los buses y las motos en la avenida. Sabía que nada volvería a ser igual entre nosotros.
Al día siguiente hice mis maletas y me fui a casa de mi hermana en Envigado. Mi suegra ni siquiera intentó detenerme; solo murmuró algo sobre «el destino poniendo todo en su lugar».
Jeremy me llamó varias veces esa semana, pero no contesté. Necesitaba tiempo para pensar si valía la pena seguir luchando por alguien que no supo defenderme ante su familia ni ante su propio corazón.
Ahora escribo esto desde el cuarto donde crecí, rodeada de fotos antiguas y recuerdos de una vida más sencilla. Me pregunto si alguna vez podré volver a confiar en alguien sin sentir miedo de ser reemplazada o traicionada por quienes más amo.
¿Ustedes qué harían en mi lugar? ¿Perdonarían una traición silenciosa o buscarían empezar de nuevo lejos del dolor?