Amor bajo ataque: Cuando dijeron que no era lo suficientemente bonita para mí
—¿Ya viste lo que pusieron en Facebook, Dario? —La voz de mi hermana Lucía temblaba al otro lado del teléfono, como si cada palabra le costara una herida.
Yo estaba sentado en la mesa de la cocina, con la taza de café temblando entre mis manos. Afuera, el bullicio del barrio en Buenos Aires seguía su curso, ajeno a mi tormenta interna. No respondí enseguida. Sabía a qué se refería. Desde hace días, las notificaciones no paraban de llegar: mensajes, memes crueles, comentarios llenos de veneno sobre mi esposa Ivana y yo.
—No quiero hablar de eso, Lucía —dije al fin, con la voz más firme de lo que sentía.
Pero ella insistió:
—Dario, no podés ignorarlo. Están diciendo cosas horribles de Ivana. Que cómo es posible que estés con alguien como ella… que vos podrías estar con una modelo…
Me mordí el labio. Miré a Ivana, que lavaba los platos en silencio, fingiendo no escuchar. Pero sus hombros caídos y la forma en que apretaba los labios me decían todo. Ella lo había leído también.
No siempre fue así. Cuando conocí a Ivana en la facultad, me enamoré de su risa, de su inteligencia feroz y su manera de ver el mundo. Nunca me importó que no encajara en los estándares superficiales de belleza que tanto pesan en nuestra sociedad. Para mí, ella era —y es— hermosa. Pero parece que para el resto del mundo eso no era suficiente.
Todo comenzó cuando subimos una foto juntos celebrando nuestro aniversario. En cuestión de horas, la imagen se viralizó. Los comentarios no tardaron en llegar: “¿Eso es tu esposa?”, “¿Seguro que no es tu tía?”, “Con esa cara, ni regalado”. Algunos eran peores, imposibles de repetir sin sentir vergüenza ajena.
Al principio intenté ignorarlo. Pensé que era cosa de unos pocos resentidos detrás de una pantalla. Pero pronto los comentarios se colaron en mi vida real: en el trabajo, en la familia, incluso en la verdulería del barrio.
Una tarde, mientras compraba tomates, escuché a dos vecinas susurrando:
—¿Viste al hijo de Marta? El Dario… dicen que la mujer es fea como una noche sin luna.
Sentí una mezcla de rabia y vergüenza. ¿Por qué la gente se cree con derecho a opinar sobre el amor ajeno?
Esa noche, Ivana me miró con ojos cansados mientras cenábamos milanesas con puré.
—¿Te arrepentís de estar conmigo? —preguntó en voz baja.
Sentí un nudo en la garganta. Me levanté y rodeé la mesa para abrazarla.
—Nunca. No hay nada en este mundo que desee más que estar a tu lado.
Pero las palabras duelen. Y aunque yo intentaba ser fuerte por los dos, notaba cómo Ivana se iba apagando poco a poco. Dejó de salir con sus amigas, evitaba las reuniones familiares y hasta dejó su trabajo como profesora porque los alumnos empezaron a hacerle bromas crueles.
Mi mamá vino a visitarnos un domingo y me tomó aparte:
—Hijo, yo sé que amás a Ivana, pero… ¿no te das cuenta del daño que te están haciendo? Pensá en tu futuro, en tus hijos…
Sentí ganas de gritarle que el daño no venía de Ivana sino del prejuicio y la crueldad de los demás. Pero solo atiné a decir:
—Mi futuro es con ella. Y si tengo hijos, quiero que aprendan a amar sin miedo ni vergüenza.
Esa noche no pude dormir. Me pregunté si estaba siendo egoísta al arrastrar a Ivana por este camino lleno de piedras. ¿No sería más fácil rendirse? ¿Dejarla ir para que no sufriera más?
Pero al verla dormir abrazada a mi almohada, entendí que el verdadero amor no se rinde ante la adversidad. Al contrario: se fortalece.
Decidí enfrentar la situación. Abrí mi cuenta de Facebook y escribí un mensaje público:
“Para todos los que creen tener derecho a opinar sobre mi vida y mi matrimonio: sí, estoy casado con Ivana. Sí, ella es diferente a lo que ustedes consideran ‘bello’. Pero para mí es la mujer más hermosa del mundo porque su belleza va mucho más allá de lo superficial. Si eso les molesta, pueden dejar de seguirme. Pero no voy a dejar de amar ni un solo día a quien me enseñó lo que significa ser valiente.”
El mensaje se compartió cientos de veces. Algunos me apoyaron; otros redoblaron la crueldad. Pero algo cambió: ya no tenía miedo ni vergüenza. Había elegido mi bando.
Con el tiempo, Ivana empezó a recuperar su sonrisa. Volvió a dar clases, esta vez en una escuela donde la valoraban por su talento y dedicación. Yo aprendí a filtrar los comentarios y a rodearme solo de quienes suman y no restan.
A veces todavía nos cruzamos con miradas o palabras hirientes. Pero ahora nos miramos a los ojos y sabemos que juntos podemos resistir cualquier tormenta.
Me pregunto: ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar el amor ajeno? ¿Cuándo aprenderemos a mirar más allá de las apariencias? ¿Y vos… te animarías a defender tu amor aunque el mundo entero te juzgue?