Cinco años después: Las cicatrices de una traición

—¿Por qué sigues mirándome así, Mariana? —me preguntó Ernesto una noche, mientras cenábamos en silencio, el televisor encendido solo para llenar el vacío.

No respondí. ¿Cómo podía explicarle que, aunque habían pasado cinco años desde que descubrí su aventura con Lucía, la vecina de la esquina, todavía sentía el corazón apretado cada vez que él me miraba a los ojos? ¿Cómo poner en palabras que el olor a perfume barato en su camisa aún me perseguía en sueños?

Esa noche, como tantas otras, me encerré en el baño y lloré en silencio. Me miré al espejo y vi a una mujer cansada, con ojeras profundas y el cabello recogido a la carrera. Recordé el día en que todo cambió: era un martes cualquiera en nuestra casa de Monterrey, los niños estaban en la escuela y yo limpiaba la sala cuando encontré ese mensaje en su celular. «Te extraño, amor. Ojalá pudieras quedarte esta noche.» Sentí que el piso se abría bajo mis pies.

En ese momento, no grité. No hice un escándalo. Guardé el teléfono y esperé a que llegara. Cuando entró por la puerta, le pregunté directo:

—¿Quién es Lucía?

Él palideció. No intentó negarlo. Solo bajó la cabeza y murmuró:

—Lo siento, Mariana. Fue un error.

Un error. Así lo llamó. Como si hubiera olvidado comprar leche en la tienda.

Los días siguientes fueron una pesadilla. Mi mamá vino desde Saltillo para ayudarme con los niños. Mi hermana Sofía me decía que lo dejara, que ningún hombre valía tanto dolor. Pero yo no podía. Teníamos dos hijos pequeños, una hipoteca y toda una vida juntos. ¿Cómo se desarma una familia así de fácil?

Ernesto prometió cambiar. Fue a misa conmigo los domingos, dejó de salir con sus amigos del trabajo y hasta empezó a ayudarme más en casa. Pero algo dentro de mí se rompió para siempre. Cada vez que sonaba su teléfono, sentía un nudo en el estómago. Cada vez que llegaba tarde del trabajo, imaginaba lo peor.

Mis hijos, Valeria y Emiliano, notaron el cambio. Valeria tenía solo ocho años entonces, pero me preguntaba por qué ya no reíamos como antes. Emiliano empezó a tartamudear en la escuela. La psicóloga nos dijo que los niños sienten todo, aunque uno trate de ocultarlo.

Pasaron los meses y luego los años. La gente dejó de hablar del chisme, pero yo no podía dejarlo atrás. Mis amigas me decían que era fuerte por seguir adelante, pero yo me sentía débil cada vez que veía a Lucía en la tienda o cuando Ernesto me tocaba el hombro por las noches.

Una tarde, mientras preparaba tamales para la venta —porque tuve que empezar a trabajar para ayudar con los gastos— escuché a Valeria discutir con su papá:

—¡No me hables así! —gritó ella—. ¡Tú tampoco eres perfecto!

Ernesto salió furioso del cuarto y me miró como si fuera mi culpa.

—¿Ves lo que has hecho? —me reclamó—. No puedes seguir viviendo en el pasado.

Me quedé callada. ¿Era yo la culpable? ¿Por no olvidar? ¿Por no poder volver a confiar?

Empecé a ir a terapia sola porque Ernesto nunca quiso acompañarme. Ahí aprendí que mi dolor era válido, que no estaba loca por sentirme traicionada aún después de tanto tiempo. Pero también aprendí que debía decidir si quería seguir así toda la vida o buscar mi propia paz.

Un día, después de dejar a los niños en la escuela, me senté en la plaza y vi pasar a Lucía con su hija pequeña. Sentí rabia, tristeza y hasta lástima por ella. ¿Habrá encontrado lo que buscaba? ¿O también estaría rota por dentro?

Esa noche hablé con Ernesto:

—No sé si algún día podré perdonarte de verdad —le dije—. Pero tampoco quiero seguir viviendo con este dolor todos los días.

Él lloró por primera vez desde todo esto. Me pidió otra oportunidad, pero yo ya no tenía respuestas claras.

Hoy han pasado cinco años desde aquel mensaje maldito. Sigo aquí, pero ya no soy la misma Mariana. Trabajo duro para mis hijos y para mí misma. A veces pienso en irme, empezar de nuevo lejos de todo esto; otras veces creo que puedo reconstruir lo que se rompió.

Pero cada noche me hago la misma pregunta: ¿Se puede realmente perdonar una traición así? ¿O solo aprendemos a vivir con las cicatrices?

¿Ustedes qué harían? ¿Vale la pena seguir luchando o es mejor soltar y buscar la paz?