“Siempre puedes, mamá”: El verano que me cambió para siempre

—¡Mamá, por favor! Solo serán unas semanas, te lo prometo. —La voz de mi hijo, Julián, sonaba apurada al otro lado del teléfono, mezclada con el bullicio de la ciudad.

Era abril y el calor ya empezaba a apretar en Monterrey. Yo estaba sentada en la cocina, con el delantal aún puesto y las manos oliendo a ajo y cilantro. Mi nuera, Mariana, también habló: —No queremos dejar a los niños en una guardería, tú eres la mejor abuela del mundo. Nadie los cuida como tú.

Sentí un nudo dulce en la garganta. ¿Quién no querría escuchar eso de sus hijos? Así que acepté sin dudarlo. Pensé: «¿Qué son unas semanas? Además, así los veo más.»

Pero las semanas se hicieron meses. El verano llegó con sus lluvias repentinas y sus tardes largas. Mis nietos, Sofi de ocho años y Emiliano de cinco, llenaron la casa de risas, gritos y juguetes regados por todas partes. Al principio era bonito: hacíamos galletas, jugábamos lotería, les contaba historias de cuando su papá era niño y nos reíamos hasta que nos dolía la panza.

Pero pronto empecé a notar el cansancio. Mis rodillas ya no aguantaban tanto juego, mi espalda dolía después de cargar a Emiliano cuando se caía y lloraba. Las noches se hicieron más largas porque los niños extrañaban a sus papás y yo tenía que inventar cuentos para calmarlos. A veces me preguntaba si Julián y Mariana sabían lo difícil que era para mí.

Un día, después de una tarde especialmente pesada —Sofi había hecho berrinche porque no la dejé ver videos en el celular y Emiliano rompió mi maceta favorita— me senté en el sillón, agotada. Llamé a Julián para pedirle que vinieran más temprano por los niños.

—Ay, mamá, siempre puedes con todo —me respondió él, sin escuchar el temblor en mi voz—. Además, Mariana tiene turno doble y yo tengo que quedarme en la oficina. Tú eres fuerte.

Colgué sintiéndome invisible. ¿De verdad pensaban que yo no me cansaba? ¿Que mi vida era solo esperar a que ellos necesitaran algo?

Las semanas pasaron y empecé a notar cómo mis amigas del barrio salían juntas al parque o iban al cine. Yo solo podía verlas desde la ventana mientras Sofi me pedía ayuda con la tarea y Emiliano me jalaba para jugar carritos. Me sentí sola, atrapada en una rutina que no era mía.

Un sábado por la tarde, Mariana llegó por los niños más tarde de lo habitual. Entró apurada, ni siquiera me miró a los ojos.

—Gracias, suegra —dijo mientras recogía mochilas y juguetes—. ¡Ay! Se me olvidó decirte: ¿puedes quedarte con ellos también la próxima semana? Nos salió un viaje de trabajo.

—Mariana… —intenté decirle que estaba cansada, que necesitaba un descanso—. Yo también tengo cosas que hacer…

Me interrumpió con una sonrisa forzada:

—Ay, suegra, pero tú siempre puedes. Además, ¿qué harías sola en la casa? Los niños te hacen compañía.

Vi cómo se iba sin esperar respuesta. Me quedé parada en la puerta sintiendo un vacío enorme.

Esa noche lloré en silencio. Recordé cuando Julián era pequeño y yo trabajaba doble turno en la fábrica para darle lo mejor. Recordé cómo mi mamá me ayudaba sin pedir nada a cambio. ¿Era esto lo que significaba ser madre y abuela? ¿Dar hasta vaciarse?

Un día, Sofi me preguntó:

—Abue, ¿por qué estás triste?

No supe qué responderle. Solo la abracé fuerte y le dije:

—A veces los grandes también se cansan, mi amor.

El verano terminó y Julián vino por los niños con Mariana. Me dieron las gracias rápido y se fueron hablando de sus planes para el próximo año escolar. Nadie me preguntó cómo estaba ni si necesitaba algo.

Esa noche me senté sola en la cocina, mirando las tazas vacías y los juguetes olvidados bajo la mesa. Sentí orgullo por haber cuidado a mis nietos, pero también una tristeza profunda por sentirme invisible para mis propios hijos.

Ahora me pregunto: ¿Cuántas madres y abuelas hay como yo en Latinoamérica? ¿Cuántas veces nuestro amor es visto como obligación y no como un regalo? ¿Realmente valoran lo que hacemos o solo lo esperan porque «siempre podemos»?

¿Y ustedes? ¿Alguna vez han sentido que su familia da por sentado su amor y sacrificio?