El hilo invisible: Cuando la maternidad pone a prueba la amistad
—¿Por qué no contestas mis mensajes, Jessica? —le pregunté, con la voz temblorosa, mientras el sonido del tráfico de Ciudad de México se colaba por la ventana de mi departamento.
Silencio. Solo el eco de mi pregunta y el zumbido de la ciudad. Jessica estaba al otro lado del teléfono, pero sentía que estaba a kilómetros de distancia, en otro mundo. Un mundo al que yo ya no pertenecía.
Recuerdo cuando éramos inseparables. Nos conocimos en la universidad, compartiendo café barato y sueños imposibles en la cafetería de la UNAM. Jessica era mi hermana elegida: juntas sobrevivimos a exámenes, desamores y hasta el temblor del 2017. Pero todo cambió hace seis meses, cuando nació Emiliano, su hijo.
Al principio, me emocioné. Fui la primera en llegar al hospital con globos y flores. Sostuve a Emiliano en mis brazos y prometí ser la mejor tía del mundo. Pero pronto, los mensajes de Jessica se volvieron escasos, las salidas se cancelaban y las llamadas quedaban sin respuesta.
—Perdón, Pau —me decía cuando por fin contestaba—. Es que Emiliano no me deja ni respirar.
Yo intentaba entenderla, pero la soledad se colaba en mi vida como una sombra. Mis días se llenaron de silencios incómodos y conversaciones unilaterales por WhatsApp. Mi mamá me decía que era normal, que la maternidad lo cambia todo. Pero yo sentía que estaba perdiendo a mi mejor amiga.
Una tarde lluviosa de agosto, decidí ir a su casa sin avisar. Caminé bajo el aguacero, con el corazón apretado y una bolsa de pan dulce en la mano. Cuando abrió la puerta, Jessica tenía ojeras profundas y el cabello recogido en un chongo desordenado.
—¿Pau? ¿Qué haces aquí?
—Vine a verte. Te extraño —le dije, casi susurrando.
Entré y vi el caos: juguetes por todos lados, ropa de bebé colgada en las sillas, una taza de café frío sobre la mesa. Emiliano lloraba en su cuna. Jessica lo cargó y lo acunó mientras yo me sentaba en el sillón, sintiéndome una extraña en su casa.
—No sé cómo hacerlo —me confesó de repente—. Siento que me estoy perdiendo a mí misma… y también a ti.
Me quedé callada. Quise decirle que yo también me sentía perdida, que extrañaba nuestras pláticas hasta la madrugada y nuestras risas sin motivo. Pero no supe cómo.
Las semanas pasaron y nuestra distancia creció. Empecé a salir con otros amigos, a llenar mi agenda para no pensar en ella. Pero cada vez que veía una foto suya con Emiliano en Instagram, sentía una punzada en el pecho.
Un día recibí un mensaje inesperado:
«¿Puedes venir? No sé qué hacer. Emiliano está enfermo y no tengo a nadie más».
Corrí a su casa sin pensarlo. La encontré llorando, con Emiliano ardiendo en fiebre. La ayudé a bañarlo con agua tibia, le preparé un té y llamamos juntas al pediatra. Esa noche me quedé a dormir en su sofá.
En la madrugada, mientras Emiliano dormía por fin, Jessica se sentó a mi lado.
—Perdón por alejarme. No sabía cómo pedir ayuda… ni cómo ser tu amiga ahora que todo es diferente.
La abracé fuerte. Lloramos juntas, como tantas veces antes, pero esta vez era distinto: había dolor, pero también esperanza.
Desde entonces, nuestra amistad cambió. Ya no salimos tanto como antes ni hablamos todos los días, pero aprendimos a encontrarnos en los pequeños momentos: un café rápido mientras Emiliano duerme, un mensaje de voz a medianoche para desahogarnos, una videollamada improvisada cuando necesitamos reírnos de algo absurdo.
A veces extraño lo que fuimos, pero también valoro lo que somos ahora. Aprendí que la maternidad no solo transforma a quien la vive, sino también a quienes están cerca. Que las amistades verdaderas sobreviven a los cambios si hay amor y paciencia.
Hoy miro a Jessica jugar con Emiliano en el parque y sonrío. Sé que nuestra amistad es como ese hilo invisible del que hablan las abuelas: puede estirarse hasta casi romperse, pero nunca se quiebra del todo.
Me pregunto: ¿cuántas amistades han sobrevivido a estos cambios? ¿Cuántas veces nos atrevemos a pedir ayuda o a decir «te extraño» antes de rendirnos? ¿Vale la pena luchar por quienes amamos aunque todo sea distinto?