Regresé a la casa de mi hermana y desaté un huracán: ¿soy yo la culpable de su divorcio?

—¿Por qué tuviste que volver, Mariana? —me gritó Lucía, con los ojos llenos de lágrimas y rabia, mientras la puerta del departamento temblaba tras el portazo de Daniel, su esposo.

No supe qué responder. El eco de sus palabras me atravesó el pecho como un cuchillo. Había regresado a ese pequeño departamento en el centro de Puebla porque no tenía a dónde más ir. Después de perder mi trabajo en la cafetería y quedarme sin dinero para pagar la renta, Lucía fue mi única opción. Siempre habíamos sido cercanas, o eso creía yo.

La primera noche fue incómoda. Daniel apenas me dirigió la palabra. Lucía intentó hacerme sentir bienvenida, pero noté cómo sus manos temblaban al servirme café. La tensión flotaba en el aire, invisible pero densa, como el humo de los camiones que pasaban por la ventana.

—No te preocupes, solo será por unas semanas —le prometí a Lucía mientras lavaba los platos—. En cuanto consiga trabajo, me voy.

Ella asintió, pero no me miró a los ojos.

Los días se convirtieron en semanas. Encontrar empleo era casi imposible; la ciudad estaba saturada de gente buscando lo mismo que yo. Daniel empezó a llegar más tarde cada noche. A veces ni siquiera cenaba con nosotras. Lucía se encerraba en su cuarto y yo me quedaba sola en la sala, viendo telenovelas viejas para no pensar en mi fracaso.

Una tarde, escuché una discusión detrás de la puerta cerrada del dormitorio.

—¡No puedo más con esto, Lucía! —gritó Daniel—. ¡Tu hermana está aquí todo el tiempo, no tenemos privacidad!

—¿Y qué quieres que haga? ¡Es mi hermana! —respondió ella, ahogada en llanto.

Me sentí una intrusa, una carga. Pensé en irme, pero ¿a dónde? Mamá vive lejos y apenas tiene para sobrevivir. Papá nos abandonó cuando éramos niñas. No tenía amigos con espacio ni dinero para un hotel barato.

Las cosas empeoraron cuando Daniel perdió su empleo en la fábrica. El ambiente se volvió irrespirable. Las peleas eran diarias: por el dinero, por la comida, por el espacio. Yo trataba de ayudar en todo lo posible: limpiaba, cocinaba, buscaba trabajo sin descanso. Pero nada era suficiente.

Una noche, mientras cenábamos frijoles recalentados, Daniel explotó.

—¡Esto es insostenible! ¡No puedo vivir así! —tiró el plato al suelo y salió dando un portazo.

Lucía se quedó paralizada. Yo recogí los pedazos del plato y limpié el piso en silencio. Esa noche dormí en el sofá, abrazando una almohada para no llorar tan fuerte.

Al día siguiente, Daniel no volvió. Lucía pasó horas llamándolo sin respuesta. Finalmente, recibió un mensaje: “No vuelvo. Hablaremos con abogados”.

El mundo de Lucía se derrumbó. Me miró con odio y dolor.

—Esto es tu culpa —me dijo con voz quebrada—. Si no hubieras venido, seguiríamos juntos.

Intenté defenderme:

—Lucía, yo nunca quise esto…

—¡Claro que no! Pero siempre has sido mi sombra, Mariana. Siempre llegas cuando las cosas van mal y terminas arrastrándome contigo.

Me quedé muda. ¿Era cierto? ¿Siempre había sido una carga para ella?

Los días siguientes fueron un infierno. Lucía apenas me hablaba. Yo salía temprano a buscar trabajo y volvía tarde solo para evitarla. Una tarde encontré sus maletas junto a la puerta.

—Tienes que irte —me dijo sin mirarme—. No puedo verte aquí.

Salí con lo poco que tenía: una mochila con ropa y mi currículum arrugado. Caminé por las calles de Puebla sin rumbo fijo, sintiéndome más sola que nunca.

Pasaron semanas antes de que encontrara un cuarto barato en una vecindad del centro. Conseguí trabajo limpiando casas y poco a poco fui reconstruyendo mi vida. Pero el dolor seguía ahí, como una herida abierta.

A veces veo a Lucía en el mercado o en la iglesia. Me ignora o me lanza miradas llenas de resentimiento. Supe por una vecina que Daniel ya está saliendo con otra mujer y que el divorcio fue rápido y silencioso.

Me pregunto todas las noches si realmente fui la causa de su desgracia o si solo fui el pretexto para que todo lo que estaba mal saliera a la luz.

¿De verdad soy culpable por buscar refugio en mi propia familia? ¿O simplemente fui el espejo donde se reflejaron todos sus problemas?

¿Ustedes qué harían en mi lugar? ¿Alguna vez han sentido que su presencia desmorona todo a su alrededor?