Entre dos hogares: El hijo de mi pareja y el miedo a perder mi lugar

—¿Por qué no puede quedarse solo el fin de semana? —pregunté, sintiendo cómo la voz me temblaba, aunque intentaba sonar firme. Damian me miró con esos ojos oscuros que siempre me parecieron tan sinceros, pero ahora estaban llenos de cansancio y algo más: una súplica muda.

—Magda, es mi hijo. No puedo dejarlo solo. Su mamá está enferma y no tiene a nadie más —me respondió, bajando la mirada hacia sus manos, que jugaban nerviosas con la taza de café.

Yo tenía 28 años y era la primera vez que amaba así. Damian, con sus 31, ya había vivido un matrimonio fallido y tenía a Emiliano, un niño de ocho años que apenas conocía. Cuando nos conocimos en aquel café de la colonia Roma, él ya estaba divorciado. Me enamoré de su madurez, de cómo hablaba de la vida con una mezcla de esperanza y resignación. Pero nunca pensé que amar a alguien con pasado sería tan difícil.

Al principio, Emiliano venía solo los domingos. Yo preparaba hotcakes y jugábamos a la lotería. Me esforzaba por ser amable, aunque sentía que cada vez que él entraba por la puerta, mi espacio se hacía más pequeño. No era su culpa; era mi miedo. Miedo a no ser suficiente para Damian, miedo a que el niño me viera como una intrusa.

Todo cambió cuando la exesposa de Damian enfermó gravemente. De pronto, Emiliano necesitaba un hogar. Damian lo propuso una noche mientras cenábamos tacos al pastor en la sala.

—Magda, creo que Emiliano debería quedarse aquí por un tiempo —dijo, sin mirarme directamente.

Sentí que el mundo se me venía encima. ¿Cómo decirle que no? ¿Cómo explicarle que yo no estaba lista para ser madrastra a tiempo completo? En mi familia en Puebla, siempre me enseñaron que la familia es lo primero, pero nadie me preparó para esto.

Esa noche no dormí. Escuché a Damian llorar en silencio en el baño. Me sentí egoísta, pero también traicionada por mis propios sentimientos. ¿Y nuestros planes? ¿Y nuestra vida juntos? ¿Dónde quedaba yo?

Al día siguiente llamé a mi mamá.

—Mamá, ¿qué hago si el hijo de Damian viene a vivir con nosotros? —pregunté, esperando comprensión.

—Ay hija, uno no escoge a quién amar ni los paquetes que trae. Pero si amas a Damian, tienes que aceptar todo lo que viene con él —me dijo con esa voz suave pero firme que siempre me hacía sentir niña otra vez.

Pero yo no podía. No quería renunciar a mis sueños: viajar, ahorrar para nuestro propio departamento, tener hijos cuando estuviera lista… No quería sentirme desplazada en mi propia casa.

Las semanas pasaron y la situación se volvió insostenible. Emiliano empezó a quedarse más seguido. Yo trataba de ser amable, pero cada vez me costaba más trabajo sonreírle. Una tarde lo escuché decirle a Damian:

—¿Por qué Magda siempre está enojada conmigo?

Sentí una punzada en el pecho. No era culpa del niño. Era mi incapacidad para adaptarme.

Una noche discutimos fuerte.

—No te estoy pidiendo que seas su madre —me gritó Damian— Solo quiero que entiendas que él es mi hijo y lo necesita ahora más que nunca.

—¿Y yo? ¿Quién me necesita a mí? —le respondí entre lágrimas— Siento que estoy perdiendo todo lo que soñé contigo.

Damian se quedó callado. Esa noche dormimos en cuartos separados.

Al día siguiente Emiliano se fue temprano a la escuela. Yo me senté en la cocina y lloré como nunca antes. Pensé en irme, en dejar todo atrás. Pero también pensé en lo injusto que sería para Damian y para Emiliano.

En México, las familias ensambladas son cada vez más comunes, pero nadie habla del dolor silencioso de quienes llegan después. Nadie habla del miedo a no ser suficiente, del temor a perderse en la vida del otro.

Un domingo por la tarde, mientras Emiliano jugaba con su Nintendo y Damian lavaba los platos, me acerqué al niño.

—Emiliano —le dije suavemente— Perdóname si a veces parezco enojada. Es difícil para mí todo esto… pero quiero intentarlo contigo.

Él me miró serio y luego sonrió tímidamente.

—¿Podemos hacer hotcakes mañana?

Asentí y sentí una pequeña esperanza nacer dentro de mí.

No sé si algún día podré sentirme completamente cómoda con esta nueva vida. No sé si podré amar a Emiliano como propio o si Damian y yo lograremos superar este reto juntos. Pero sí sé que el amor verdadero implica aceptar los miedos y enfrentarlos.

A veces me pregunto: ¿Cuántas mujeres como yo sienten miedo de perder su lugar cuando llega un hijo del pasado? ¿Cuántos hombres entienden el sacrificio silencioso de sus nuevas parejas?

¿Ustedes qué harían en mi lugar? ¿Es egoísmo querer tiempo para uno mismo o es simplemente humano?