Nunca imaginé que el amor volvería a tocar mi puerta a los sesenta y dos años. Mi hijo me llamó «vieja ingenua» cuando le conté sobre mi relación con Ernesto, un compañero de trabajo. Entre prejuicios, soledad y la búsqueda de mi felicidad, tuve que enfrentarme a mi propia familia para defender mi derecho a amar.
En la víspera de mis sesenta años, me enfrenté al miedo de envejecer y a la presión de una familia que esperaba que me resignara a la soledad. Sin embargo, un encuentro inesperado me llevó a desafiar los prejuicios y a redescubrir la pasión por la vida. Esta es mi historia de valentía, amor y segundas oportunidades.
Conocí a Julián cuando volvió del servicio militar. Alto, fuerte, con unos ojos verdes que parecían leerme el alma y una sonrisa que desarmaba a cualquiera. Yo, Mariana, siempre me sentí común a su lado. Pero lo que parecía un cuento de hadas pronto se convirtió en una lucha contra las expectativas, los prejuicios y el peso de las apariencias en una familia tradicional mexicana.
