¿Dónde te escondiste?
—¿Dónde estás? —susurré, con la voz quebrada, mientras mis dedos temblorosos recorrían el borde del aparador. La caja de hilos, esa que mi madre me regaló cuando me casé con Ernesto hace más de cuarenta años, había desaparecido. No era la primera vez. Primero fueron los guantes de lana que tejí para mi nieta Camila, luego las llaves de la casa, después el viejo chaleco de Ernesto, y ahora esto. Sentí un nudo en la garganta y me dejé caer en la silla de la cocina, mirando el suelo como si ahí pudiera encontrar respuestas.
—Abuela, ¿otra vez perdiste algo? —preguntó Camila desde el umbral, con esa mezcla de ternura y preocupación que últimamente se le notaba en la voz.
—No lo sé, mi niña. Siento que las cosas se me escapan de las manos… como si alguien viniera por las noches y se llevara pedacitos de mi vida —le respondí, intentando sonreír.
Camila se acercó y me abrazó fuerte. Su perfume a jabón y sol me recordó los días en que yo era la que cuidaba de todos. Ahora, a mis setenta y cuatro años, siento que el mundo se me va haciendo pequeño, como si las paredes de esta casa en San Juan del Río se cerraran poco a poco sobre mí.
La familia dice que es normal, que a mi edad uno olvida cosas. Pero yo sé que no es solo olvido. Hay algo más. Lo siento en los huesos, en el silencio pesado cuando todos se van y quedo sola con mis pensamientos y los recuerdos que se desvanecen como humo.
Esa noche, mientras Ernesto roncaba a mi lado, no pude dormir. Me levanté y recorrí la casa en penumbras. Toqué cada mueble, abrí cada cajón. Nada. La caja de hilos no estaba. Me senté en la sala y lloré bajito, para no despertar a nadie.
Al día siguiente, mi hija Lucía vino a visitarme. Traía pan dulce y una sonrisa forzada.
—Mamá, ¿ya tomaste tus pastillas? —me preguntó mientras servía café.
—Sí, hija. Pero no es eso…
—Mamá —me interrumpió—, todos olvidamos cosas. Mira, yo ayer dejé el celular en el taxi. No te preocupes tanto.
Pero yo veía en sus ojos ese brillo de miedo. El mismo que vi cuando el doctor mencionó la palabra «Alzheimer» hace unos meses. Nadie lo dice en voz alta, pero todos lo piensan.
Esa tarde salí al patio a regar las plantas. El sol caía fuerte sobre los geranios y las bugambilias. Cerré los ojos y escuché el canto de los pájaros. Por un momento sentí paz… hasta que escuché voces en la cocina.
—¿Crees que deberíamos buscarle una enfermera? —susurró Lucía.
—No sé… tal vez solo necesita compañía —respondió Ernesto.
Me quedé quieta, con la manguera en la mano y el corazón apretado. ¿Ya estaban planeando mi futuro sin mí? ¿Pensaban encerrarme en una casa de reposo?
Esa noche soñé con mi madre. Ella tejía sentada junto a la ventana, igual que yo lo hacía antes. Me miró y dijo: «No te pierdas a ti misma, Halina». Desperté sudando frío.
Los días pasaron y las cosas seguían desapareciendo: una foto de mi boda, el anillo de Ernesto, una carta vieja de mi hermana Rosa en Buenos Aires. Cada pérdida era como un pequeño duelo.
Un domingo, mientras preparaba tamales para la familia, Camila entró corriendo al patio.
—¡Abuela! ¡Mira lo que encontré debajo de mi cama!
Era la caja de hilos. Polvorienta pero intacta.
—¿Cómo llegó ahí? —pregunté sorprendida.
Camila bajó la mirada.
—A veces juego a esconder cosas… pero luego olvido dónde las dejo —confesó con vergüenza.
La abracé fuerte y lloré de alivio y tristeza al mismo tiempo. No era solo mi memoria la que fallaba; también era el caos cotidiano de una casa llena de vida y secretos.
Esa noche reuní a todos en la sala.
—Quiero pedirles perdón si alguna vez los asusté con mis olvidos —dije—. Pero también quiero que sepan que sigo aquí. Que aunque a veces me pierda entre recuerdos o cosas extraviadas, sigo siendo Halina, su mamá, su abuela… su compañera de vida.
Ernesto tomó mi mano y Lucía lloró en silencio. Camila me besó la frente.
Desde entonces trato de no angustiarme tanto cuando algo desaparece. Aprendí a reírme de mis despistes y a aceptar la ayuda sin sentirme menos. Pero cada vez que pierdo algo importante, me pregunto: ¿cuánto tiempo más podré seguir siendo yo misma? ¿Cuántos recuerdos caben en una vida antes de empezar a desvanecerse?
¿Y ustedes? ¿Alguna vez han sentido que pierden algo más que objetos? ¿Cómo enfrentan el miedo a olvidar?