Entre Pantallas y Silencios: La Historia de una Suegra y su Nuera

—Alexa, ¿no escuchas a la niña?— pregunté, tratando de que mi voz no sonara tan dura como mi corazón sentía en ese momento. Ella ni siquiera levantó la vista del celular. El llanto de Valentina llenaba la casa, rebotando en las paredes como un eco de mi propia impotencia.

Me llamo Rosa Elena y tengo 62 años. Vivo en un barrio popular de Medellín, donde las casas están tan pegadas que los secretos se filtran por las ventanas. Desde que mi hijo Julián se casó con Alexa, he tratado de ser una suegra comprensiva. Pero últimamente, la distancia entre nosotras crece cada vez que veo a mi nieta llorar mientras su madre revisa Instagram o responde mensajes de WhatsApp.

No quiero ser esa suegra entrometida que tanto critiqué cuando era joven. Pero tampoco puedo quedarme callada cuando siento que Valentina necesita más atención. El otro día, mientras Alexa reía viendo videos en su celular, la niña se cayó intentando alcanzar un juguete. Corrí a levantarla antes de que Alexa siquiera notara lo que había pasado. Mi corazón latía con rabia y miedo.

—¿Por qué no me dijiste nada?— me preguntó Alexa, como si la culpa fuera mía por intervenir.

—Porque estabas ocupada— respondí, tragando mis palabras para no decir lo que realmente pensaba.

Esa noche, mientras lavaba los platos, Julián se acercó.

—Mamá, no te metas tanto. Alexa está aprendiendo— me dijo en voz baja, como si temiera que ella escuchara.

—¿Aprendiendo qué? ¿A ignorar a su hija?— le respondí, sintiendo cómo la frustración me ahogaba.

Julián suspiró y se fue sin decir nada más. Me quedé sola con el sonido del agua y el peso de mis pensamientos.

Sé que los tiempos han cambiado. Cuando yo crié a mis hijos, no existían los celulares ni las redes sociales. Mi mundo era la casa, el mercado y la iglesia. Ahora todo es diferente. Pero ¿acaso el amor y la responsabilidad cambian con la tecnología?

Al día siguiente, intenté acercarme a Alexa con suavidad.

—Alexa, ¿te gustaría que te ayudara con Valentina mientras descansas un rato?— le ofrecí, esperando abrir una puerta al diálogo.

Ella me miró con desconfianza.

—Estoy bien, gracias. Solo estaba revisando algo importante del trabajo— dijo, aunque vi claramente que estaba viendo memes.

Me mordí la lengua. No quería pelear. Pero cada vez que veía a Valentina buscando los ojos de su madre y encontrando solo una pantalla fría, sentía que algo dentro de mí se rompía.

Una tarde, mientras Alexa estaba en el patio hablando por teléfono, Valentina se acercó a mí con su osito de peluche.

—Abuela, mamá no me escucha— susurró con una tristeza que me partió el alma.

La abracé fuerte y sentí una mezcla de rabia y compasión. ¿Cómo decirle a Alexa lo que su propia hija ya sentía?

Esa noche no pude dormir. Pensé en mi propia madre, en cómo me regañaba cuando me distraía con cualquier cosa y descuidaba a mis hijos. Recordé sus palabras: «El amor se demuestra con atención».

Al día siguiente decidí intentarlo una vez más. Esperé a que Julián saliera al trabajo y Valentina estuviera dormida para hablar con Alexa.

—Alexa, ¿puedo hablar contigo un momento?— pregunté con voz suave.

Ella asintió, aunque noté su incomodidad.

—No quiero que pienses que te estoy juzgando ni mucho menos. Pero he notado que Valentina a veces busca tu atención y tú estás ocupada con el celular. Sé que es difícil ser mamá y tener tantas cosas encima… pero ella te necesita mucho ahora que es pequeña.

Alexa guardó silencio unos segundos. Vi cómo apretaba el celular entre sus manos.

—Rosa Elena, yo sé que parece que no le presto atención… pero estoy cansada. A veces siento que solo tengo un respiro cuando reviso el teléfono. No tengo amigas aquí, mi familia está lejos y Julián casi no está en casa. El celular es mi única compañía muchas veces— confesó con lágrimas en los ojos.

Me sorprendió su sinceridad. Por primera vez vi más allá de mi enojo y entendí su soledad.

—Perdóname si he sido dura contigo. No sabía cómo te sentías— le dije, acercándome para tomarle la mano.

Nos quedamos en silencio unos minutos. Luego le propuse salir juntas al parque con Valentina o invitar a sus amigas del trabajo a tomar café en casa. Poco a poco empezamos a construir una nueva relación basada en la empatía y el apoyo mutuo.

No fue fácil ni rápido. Hubo días en los que volvimos a discutir y otros en los que reímos juntas viendo cómo Valentina aprendía nuevas palabras o daba sus primeros pasos sin miedo.

Hoy miro atrás y me doy cuenta de lo importante que fue atreverme a hablar desde el amor y no desde el juicio. Aprendí que detrás de cada pantalla puede haber una historia de soledad o cansancio que no conocemos.

A veces me pregunto: ¿Cuántas familias se rompen por no saber cómo decir lo que duele? ¿Cuántas abuelas callan por miedo a perder el cariño de sus hijos o nietos? ¿Y tú, qué harías si estuvieras en mi lugar?