Entre Puré y Klopsiki: Una Cena, Dos Vidas y un Secreto

—¿Otra vez puré y klopsiki? —pregunté, intentando que mi voz sonara más animada de lo que realmente me sentía, mientras el vapor de la sopa instantánea empañaba mis lentes.

Marcio soltó una carcajada, esa risa suya que siempre parece querer tapar algo más profundo. —¡Pues sí, compadre! ¿Qué esperabas? Si en esta casa lo único que se cocina es resignación y microondas. —Me guiñó el ojo, pero yo sabía que detrás de su broma había cansancio.

La lluvia golpeaba fuerte contra la ventana del pequeño departamento en la colonia Narvarte. Afuera, el tráfico era un caos, pero adentro, el verdadero desastre era nuestra rutina. Marcio y yo llevábamos años compartiendo techo desde que mi esposa, Lucía, decidió que necesitaba “espacio” para encontrarse a sí misma. Desde entonces, las noches se habían vuelto una mezcla de risas forzadas y silencios incómodos.

—¿Sabes qué? —dije, dejando la cuchara sobre la mesa—. A veces siento que si vuelvo a probar estos klopsiki voy a perder la cabeza.

Marcio me miró con esa expresión suya de hermano mayor, aunque solo nos llevábamos seis meses. —No es la comida lo que te tiene así, Krzysztof. Es Lucía. Y lo sabes.

Me quedé callado. Tenía razón. Pero ¿cómo decirle que el verdadero problema no era Lucía, ni siquiera la soledad? Era ese secreto que me carcomía por dentro desde hacía semanas. Ese mensaje en el celular de Lucía que nunca debí leer.

—¿Y tú? —le pregunté, intentando desviar la conversación—. ¿No te cansas de salvarme todas las noches?

Marcio sonrió tristemente. —A veces quisiera que alguien me salvara a mí también.

El silencio se hizo pesado. La televisión murmuraba de fondo, pero ninguno prestaba atención. De repente, el timbre sonó. Ambos nos miramos sorprendidos; nadie visitaba nuestro departamento a esas horas.

—¿Esperas a alguien? —pregunté.

—No… ¿Y tú?

Negué con la cabeza y me levanté con el corazón acelerado. Abrí la puerta y ahí estaba ella: Lucía, empapada por la lluvia, con los ojos rojos y una maleta en la mano.

—¿Puedo pasar? —su voz temblaba.

Marcio se levantó de inmediato y fue por una toalla. Yo solo podía mirarla, sintiendo cómo el suelo se abría bajo mis pies.

—¿Qué pasó? —logré preguntar.

Lucía me miró fijamente antes de hablar. —Necesito hablar contigo… con los dos.

Marcio se detuvo en seco. Nos miramos los tres, como si estuviéramos a punto de entrar a un escenario del que no conocíamos el guion.

Nos sentamos en la mesa, los tres frente a frente. Lucía respiró hondo y empezó a hablar:

—Sé que he estado ausente… Y sé que no he sido honesta contigo, Krzysztof. Pero tampoco contigo, Marcio.

Sentí un nudo en el estómago. Marcio bajó la mirada.

—Hace unas semanas… —continuó Lucía— encontré algo en tu celular, Krzysztof. Un mensaje de tu mamá donde te decía que yo no era suficiente para ti… Que debía dejarte ir para que pudieras ser feliz.

Me quedé helado. No sabía qué decir. Recordé ese mensaje perfectamente; lo había leído mil veces sin atreverme a responderle a mi madre.

—Eso me dolió mucho —siguió Lucía—. Pero lo peor fue darme cuenta de que tal vez tenía razón.

Marcio levantó la vista y por primera vez vi lágrimas en sus ojos.

—Lucía… —susurró— no digas eso.

Ella lo miró con ternura y tristeza al mismo tiempo.

—Lo digo porque… porque no puedo seguir fingiendo. No puedo seguir siendo la esposa perfecta cuando mi corazón está en otro lado…

Sentí un golpe en el pecho. Marcio apretó los puños sobre la mesa.

—¿En dónde está tu corazón? —pregunté con voz quebrada.

Lucía me miró directamente a los ojos y luego giró hacia Marcio.

—En ti —le dijo a él.

El silencio fue absoluto. Solo se escuchaba el goteo de la lluvia sobre el alféizar.

Marcio se levantó abruptamente, tirando su silla al suelo.

—¡No! ¡No puedes hacerme esto! —gritó— ¡Krzysztof es mi hermano! ¡Tú eres su esposa!

Lucía lloraba en silencio. Yo sentía cómo todo mi mundo se desmoronaba frente a mí.

—Lo siento… Lo siento tanto… —repetía ella una y otra vez.

Me levanté despacio y caminé hacia la ventana. Miré las luces lejanas de la ciudad y pensé en todas las veces que había sentido que algo no encajaba entre nosotros tres: las miradas furtivas, las risas compartidas, los silencios incómodos cuando yo entraba en la habitación.

—¿Desde cuándo? —pregunté sin girarme.

Lucía tardó en responder.

—Desde hace meses… Desde antes de irme de casa. Pero nunca pasó nada… Solo sentimientos…

Marcio se acercó a mí, temblando.

—Te juro que yo nunca… Nunca quise traicionarte, hermano…

Me giré para mirarlo y vi en sus ojos el mismo dolor que sentía yo. La traición no era solo suya o de Lucía; era nuestra incapacidad para hablar con honestidad, para enfrentar lo que realmente sentíamos.

La noche siguió avanzando entre lágrimas, reproches y confesiones. Al final, Lucía decidió irse a casa de su hermana hasta que todo se aclarara. Marcio y yo nos quedamos solos en el departamento, rodeados del olor a sopa instantánea y puré frío.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó él con voz rota.

No supe qué responderle. Solo sabía que nada volvería a ser igual entre nosotros tres.

Esa noche no dormí. Pensé en mi madre, en sus palabras duras pero sinceras; pensé en Lucía y en cómo el amor puede cambiar de forma sin avisar; pensé en Marcio y en todo lo que habíamos compartido desde niños: juegos en la calle, peleas por tonterías, sueños rotos por la realidad adulta.

Al amanecer, salí al balcón con una taza de café frío entre las manos. La ciudad despertaba indiferente a mi dolor. Me pregunté si algún día podría perdonar a Lucía… o a Marcio… o a mí mismo por no haber visto las señales antes.

¿Hasta dónde puede llegar el amor antes de romperse? ¿Y cómo se reconstruye una vida cuando todo lo que creías seguro desaparece en una sola noche?